La imagen más grata de seguridad que guardo en mi memoria, es el recuerdo infantil, de quedarme dormida en una banca, en las reuniones de culto, a las que asistía con mi familia, y que al despertar estuviera plácidamente acurrucada en los brazos de papá; apretada fuertemente a su pecho, sintiendo su respiración; él, saludando a los hermanos, y yo, entre dormida y despierta escuchando el murmullo de su voz. Sentirme tan segura allí, en sus brazos, junto a su pecho, era mi máxima sensación de seguridad.
"El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos..." Deuteronomio 33:27
Estamos viviendo días tristes y angustiosos para toda la humanidad. Nos ha tocado enfrentarnos a uno de nuestros mayores temores. El temor a lo desconocido. Un virus todavía sin vacuna, está avanzando rápidamente por todo el mundo, cobrando cientos de vidas en las naciones. De pronto nos encontramos atrincherados en nuestras casas, con zozobra en nuestros corazones, orando por familiares que están lejos, en países donde ha sido mucho más fuerte el impacto de esta pandemia, y sintiendo en nuestro pecho la ansiedad por quedarnos solos en el frágil refugio de nuestra habitación y pensar: «¿Con quién contamos? ¿Quién podrá ayudarnos? ¿Cuándo saldremos de esto?». Encontrarnos de pronto allí, de frente con estas preguntas, nos muestra cuán frágiles somos y lo necesitados que estamos de tener un refugio seguro.
Ante la necesidad angustiosa de sentirme segura, evoco la sensación de seguridad de mi imagen en los brazos de mi padre, que está guardada en lo profundo de mi memoria. Entonces recuerdo que, por creer y aceptar a Jesús como mi Señor y Salvador, tengo un Padre Celestial, ese Padre es el Dios Eterno. Pase lo que pase, Él siempre seguirá siendo Dios, Él es mi Padre Eterno, que siempre me protegerá. Me veo en Sus Fuertes brazos y estoy sonriendo, porque sé, que ese es el lugar más seguro, y que de allí nadie me podrá sacar. Me recuesto sobre su pecho, y con mis manos me aferro fuertemente a su cuello. Siento que vuelvo a ser niña, solo que esta vez estoy bien despierta, escuchando la voz que me dice: “Yo, El Eterno Dios, Tu Padre, Soy tu refugio, y te sostengo con mis brazos eternos”. Entonces sonrío de felicidad, porque sé que ni siquiera un virus invisible podrá sacarme de los fuertes brazos de mi Padre Eterno.
Pastora Libna Villegas de Parra
Departamento de Redacción NotiCristo