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El Viaje



Eran ya casi las 3 de la madrugada y Rubén un joven de apenas veintitrés años, se encontraba sentado al frente de su computador con la mente embotada, incapaz de escribir una sola palabra. Tenía afán por convertirse en un gran escritor, luego de superar una niñez oscura con un padre maltratador y alcohólico, y una madre siempre ausente, trabajando en casas de familia para compensar las carencias.


Un silencio ensordecedor inundaba toda la habitación, finalmente, un largo y profundo suspiro salió de lo más profundo de su ser y los recuerdos empezaban a volver en blanco y negro, sus ojos comenzaron a brillar, se dibujó una leve sonrisa en su rostro, y comenzó a escucharse nuevamente el sonido del teclado de su ordenador.


Regresó a ese día gris en el que la muerte sorpresiva de su madre le hizo abandonar ese pueblucho donde vivió toda su vida. Atrás quedaba su padre, quien sumergido en un mundo imaginario, se hundía cada vez más y más en el vicio del alcohol y la miseria.


Sin un solo centavo en su cartera, Rubén partió hacia un mundo que esperaba por él, solo con una vieja maleta cargada de libros (herencia de su madre) y un montón de sueños por cumplir.


Una vieja parada en las afueras, un escuálido perro callejero, y un sol abrazador, pintaban la escena que parecía sacada de una película barata, y Rubén completaba la escena, en la banca, esperando que alguien pudiera sacarle de ese miserable lugar. A la distancia, en la carretera, se acercaba en una vieja camioneta pickup, una pareja de ancianos que se dirigía a la ciudad. Acababan de perder a su único hijo después de luchar dos años y medio con una leucemia que acabó finalmente ganándole la batalla.


El ladrido del perro hizo que saliera de su letargo, y ver la camioneta que venía en su dirección. Se incorporó rápidamente para pedirles que lo llevaran. Los ancianos se miraron y sonrieron mientras bajaban la velocidad y se orillaban para recogerlo.


-¿Hacia dónde se dirige, joven?


-A la ciudad, ¿pueden llevarme?


-¡Sí hijo, sube! Soy Samuel y ella es Clara, gusto en conocerte, ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu historia?


-Me llamo Rubén -contestó, y sin saber cómo, empezó a contar su larga historia de sufrimiento.


Los abuelos le escucharon atentamente y sin interrumpirle; cuando terminó, ellos se miraron y Clara preguntó:


-¿Comiste?


-¡La verdad, no! –Respondió


-Qué bueno -dijo Samuel- acá hay un restaurant, acompáñanos a cenar


-Claro que si -respondió Rubén agradecido por el gesto.


En el restaurante, Samuel y Clara le contaron que acababan de perder un hijo de su edad.


-¡Cuanto lo siento! –exclamo; y la conversación continuó muy amena en medio de la excelente velada.


-Pasemos aquí la noche –propuso Samuel- la noche está avanzada, podemos reanudar el viaje mañana.


Rubén estuvo de acuerdo e hicieron los arreglos para irse a dormir. Al separarse, ambos ancianos le abrazaron muy tiernamente y se despidieron:


-¡Buenas noches hijo, esperamos que descanses!


Rubén entró y se recostó en aquella hermosa cama, mientras agradecía por la pareja que había sido tan amable con él.

El sueño le venció, y al despertar, eran casi las nueve de la mañana. Saltó de la cama y tocó la puerta de sus benefactores, pero nadie salía; bajó a la recepción y le pregunto al encargado por los ancianos que llegaron con él la noche anterior.


-Los señores salieron temprano; me pidieron que cuando usted se levantara le entregara esta maleta y este sobre.


Rubén subió a su habitación y leyó ansiosamente la carta que le habían dejado: “La vida es un sueño muy corto del cual podemos despertar en cualquier momento, disfrútala y no permitas que nadie convierta ese sueño en una pesadilla”.


No lograba comprender lo que estaba pasando, con las manos en la cabeza se sentó y mirando la maleta se preguntaba qué podría

hacer.


Los gritos desesperados de una mujer en la habitación de al lado le hicieron volver a la verdadera realidad: Rubén, un niño de once años, miraba fijamente una maleta, podía escuchar los gritos desesperados de su madre en la pieza de al lado, y los de su padre ebrio que la golpeaba y la insultaba sin parar. Se dio cuenta que para salir de su desdichada realidad, había usado la forma más poderosa de viajar: su imaginación.


Samuel y Clara, los personajes que le acompañaron en este primer viaje, empezaron a desaparecer en la nebulosa de su mente, pero no dejó ir con ellos, el afecto que le brindaron, ni el consejo que escribieron. Miró los libros en el estante, sus queridos compañeros le habían acompañado en su primer viaje. Ese día, descubrió un sueño, y recordando la carta, se dijo a sí mismo: “Seré un gran escritor”.


Héctor J. Colombo

Departamento de Redacción NotiCristo

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