El momento más especial de nuestro Señor Jesucristo en la tierra, fue el instante de su muerte. Su cuerpo colgado del madero, consolidó la obra redentora para toda la humanidad.
Qué difícil fue para todos sus seguidores presenciar su muerte y qué contradictorio, verle allí, muriendo en la cruz, y recordar las palabras que dijo frente a una tumba: “Yo soy la resurrección y la vida”. 1 Para sus discípulos era inentendible ver a Jesús muriendo frente a sus ojos, y recordar los milagros de resurrección que Él mismo realizó, demostrando todo el poder que Dios le había entregado. ¡Cuánta incertidumbre, cuánta locura!
Pero lo más significativo fu que pudiendo morir de cualquier otro modo, Él prefirió morir clavado en una cruz, ¡La peor de las muertes! Destinada para los peores reos, asignada a los que estaban bajo maldición. Jesús “se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” 2 y llevó la maldición porque “La Escritura dice: «Maldito todo aquel cuyo cuerpo es colgado en un madero»”. 3
Nuestro Señor entregó su vida por nosotros como manifestación de su gran amor por la humanidad. Nadie jamás nos amará tanto como Él lo hace. El Dios inmortal vino a la tierra en forma humana, y estaba muerto frente a los ojos de todos. No se libró a sí mismo, no se bajó de la cruz, sino que prefirió tomar nuestra maldición en la cruz y morir por nosotros.
Por medio de su muerte en la cruz, Cristo hizo por nosotros lo que no podíamos hacer nosotros mismos. Su obra, no la nuestra, removió la maldición que pesaba sobre nosotros a causa de nuestra desobediencia. Por eso el evangelio de salvación sólo está completo cuando hablamos de la cruz. Pablo dijo: “Más nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los judíos ciertamente tropezadero, y a los gentiles locura” 4
El día de la muerte de Jesús debe ser más importante para nosotros, que el día de su nacimiento. En nuestra cultura celebramos el nacimiento de una persona con bombos y platillos, nos alegramos porque ha llegado a la tierra alguien esperado durante nueve meses. Por el contrario, el día más duro, y de mayor tristeza y lamento es el día de la muerte. Es un día de tanto sufrimiento que quisiéramos que nunca llegara. Pero chocamos de frente con la sabiduría de Dios cuando nos demuestra con la muerte de Cristo, lo que su palabra proclama: “El día en que uno muere es mucho mejor que el día en que uno nace.” 5
Todos los días debemos hacer memoria de Cristo en la cruz, y recordar que Él entregó su vida por amor a nosotros, para ser recíprocos a ese amor y sacrificio, como el apóstol Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, más vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí.” 6 Tomar la cruz no significa soportar alguna carga irritante, sino renunciar a las ambiciones egoístas. Tal sacrificio trae consigo la vida eterna. ¿Quién aceptará este mensaje? ¿Quién entenderá la cruz? Solamente los que por medio de la fe, decidan creer en la recompensa de vida eterna que se recibe por la fe en el sacrificio de Cristo, y se comprometan a vivir en obediencia.
En este Camino, Jesús nos pide que carguemos nuestra cruz. Sin embargo, Él es nuestra ayuda propicia para que podamos continuar. Si caemos, Él no nos dejará sin ayuda en el camino. Así como Jesús tuvo a Simón de Cirene, Dios nos ha rodeado de personas que nos ayudan a cargar nuestra pesada cruz.
Cuando no puedas más, en el caminar de la vida, seguro que a tu lado habrá alguien dispuesto a ayudarte para que continúes adelante. Los puedes identificar en los que te han apoyado, los que han orado por ti, y los que te han aconsejado, animado y exhortado; ellos son los que te ayudan a cargar la cruz.
Pero Cristo venció la muerte de cruz, por tanto la cruz no es el final, después de entregar su vida en el madero, Él resucitó al tercer día. La tumba quedó vacía como un hecho notorio para todos, porque Él promete darnos esa victoria a nosotros también. “Si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes.” 7
Después de la corona de espinos, vino la corona gloriosa sobre Él, y después de la cruz, Él fue sentado en el trono celestial, a la diestra de Dios. Nosotros hoy cargamos nuestra cruz, pero Él prometió también una corona de gloria para nosotros.
“La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; más a los que se salvan, es a saber, a nosotros, es potencia de Dios”.
1 Corintios 1:18
1 Juan 11:25-26 2 2 Filipenses 2:8 3 Gálatas 3:13 4 1 Corintios 1:23 5 Eclesiastés 7:1 6 Gálatas 2:20
7 Romanos 8:11
Pr. César Martínez
Iglesia Casa del Alfarero
Ciudad Bolívar, Estado Bolívar
Departamento de Redacción NotiCristo.