“Bueno y recto es Jehová; por tanto, él enseñará a los pecadores el camino. Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera”. (Salmo 25:8-10)
Si mi abuelo viviese en la época actual, hubiese dicho: “¡Cómo ha cambiado el mundo! Ahora a lo bueno le llaman malo y a lo malo bueno”. Y es que la condición moral y el carácter de la raza humana han caído en una vertiginosa espiral de depravación y degradación, de tal manera que irrespetan cualquier principio o norma que honre a Dios y al prójimo.
Esto ha provocado que la integridad se haya vuelto una moneda devaluada en la agitada sociedad del siglo XXI. Sin embargo, la demanda divina con respecto a la conducta humana no ha cambiado: Dios llama a toda la humanidad a vivir rectamente; Porque la rectitud se fundamenta en el carácter mismo de Dios. El Salmo 25:8, declara que “Bueno y recto es Jehová” y en el capítulo 119:137, expresa: “Dios mío, tú eres justo y juzgas con rectitud”.
Se infiere, entonces, que Dios, en su esencia, es justo y recto (términos gemelos e inseparables en las Sagradas Escrituras). Richard L. Strauss, lo explica así:
La rectitud (o justicia), es la expresión natural de la santidad de Dios. Si Él es infinitamente puro, quiere decir que debe oponerse a todo pecado y esa oposición debe demostrarse en el tratamiento que Él da a Sus criaturas. Cuando leemos que Dios es recto o justo, se nos está asegurando que Sus acciones hacia nosotros, están en completo acuerdo con Su naturaleza santa. (The Joy of Knowing God, 1984, pág. 140)
Asimismo, la justicia es esencial al gobierno divino del mundo. Es legislativa al prescribir lo que es recto, y judicial al aplicar la ley a la conducta humana, recompensando y dando la retribución justa a la desobediencia.
Pero allí no queda todo, porque entonces tendríamos la excusa de que Dios es íntegro porque Él es Dios, mas nosotros sólo somos simples humanos que jamás podríamos llegar a tener un atributo divino tan puro en el contexto humano pecaminoso. La revelación del Padre celestial es que Él es bueno y justo, “por tanto, él enseñará a los pecadores el camino. Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera” (Salmo 25:9)
Es así que uno de los atributos que Dios espera de los hombres es la integridad. El diccionario la define como “rectitud”; y añade que significa “totalidad”, “plenitud”. Una persona íntegra es una persona que es de una sola pieza en su carácter, convicciones, principios, valores y conducta.
Una vida íntegra es un requisito más estricto para aquellos que confiesan conocerle. No es congruente predicar un mensaje de amor, paz, honestidad, fidelidad, compromiso y sacrificio, cuando nuestras acciones reflejan todo lo contrario. Gandhi dijo: “Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible”.
Jesús, el Mesías, es el ejemplo más fiel de una persona íntegra. Él demostró que su carácter y convicciones no estaban divididos, ni dependían de las circunstancias. Él no sólo habló de amor y perdón. Él los demostró cuando fue traicionado por alguien tan cercano que “mojaba el pan en su plato”; cuando fue abandonado por sus amigos y discípulos; y cuando fue torturado y clavado en una cruz para sufrir una de las muertes más horribles para salvar a la humanidad de sus pecados.
Debemos seguir el modelo que nos mostró Jesús. El apóstol Juan lo expresa de la siguiente manera: “El que dice que es amigo de Dios debe vivir como Jesús vivió” (1 Juan 2:6). Si queremos agradar a Dios y ser considerados sus amigos, debemos mostrar un carácter íntegro en nuestra conducta y, además, debemos estar dispuestos a comportarnos en esta vida (no en la eternidad) como lo hizo Jesús, mientras vivió como uno de nosotros, aquí en la tierra. Él mismo lo explicaría en las siguientes palabras:
“...Amen a sus enemigos y oren por quienes los maltratan. Así demostrarán que actúan como su Padre Dios, que está en el cielo. Él es quien hace que salga el sol sobre los buenos y sobre los malos. Él es quien manda la lluvia para el bien de los que lo obedecen y de los que no lo obedecen. Si ustedes aman sólo a quienes los aman, Dios no los va a bendecir por eso. Recuerden que hasta los que cobran impuestos para Roma también aman a sus amigos. Si saludan sólo a sus amigos, no hacen nada extraordinario. ¡Hasta los que no creen en Dios hacen eso! Ustedes deben ser perfectos como Dios, su Padre que está en el cielo, es perfecto” (Mateo 5:44-48 TLA).
Es necesario poner en práctica las enseñanzas de Jesús en nuestra vida cotidiana para enseñarle a la sociedad actual que la integridad no es una moneda devaluada y obsoleta, sino una cualidad divina que podemos reflejar día a día para hacer de este mundo un lugar mejor para vivir.
Rigoberto Venegas
Departamento de Redacción NotiCristo