Jesús le dijo a Pedro: —Vuelve a poner la espada en su lugar. Si el Padre me da a beber este trago amargo, ¿acaso no habré de beberlo? (Juan 18:11 DHH)
Cuando era un niño, me gustaba que me llevaran a un parque que estaba en la ciudad donde vivía. Tenía varias atracciones, pero había una que me llamaba mucho la atención. Era un laberinto de 40 metros2 que representaba un desafío fascinante y despertaba en mi interior emociones encontradas: por un lado, miedo de perderme en alguno de los callejones sin salida y que nadie me encontrara. Y por el otro, el entusiasmo de descubrir por mí mismo el camino correcto que me llevaría a la salida. Aunque era pequeño, me di cuenta que había dos formas de enfrentar el laberinto: una era haciendo trampas (los niños más grandes se subían a la pared y así veían fácilmente qué dirección tomar); y la otra era aprender a ver las pistas ocultas que te orientaban hacia dónde dirigirte, ser paciente y persistente para no rendirte.
Así como el laberinto del parque, en la vida nos enfrentaremos a situaciones difíciles que probarán lo que hay en nuestro corazón. La adversidad llegará, tarde o temprano a nuestra vida como un visitante indeseable. Si esto es inevitable, entonces, será necesario estar preparados.
En Juan 18:1-18, encontramos el relato del arresto de Jesús. En el huerto de Getsemaní, el Maestro de Nazaret y sus discípulos enfrentaron la misma dificultad, pero reaccionaron de maneras distintas. ¿Cómo enfrentó Jesús la adversidad? ¿Cómo actuaron los discípulos (en especial Pedro)? Y más preponderante para nosotros, ¿Qué modelo tomaremos para enfrentar los retos de la vida? Veamos primero cómo Pedro enfrentó las dificultades y, luego, observaremos cómo respondió Jesús a las mismas situaciones.
Pedro no buscó el auxilio de Dios ante la inminencia de las dificultades. Estaba demasiado cansado para orar; estaba demasiado preocupado por los problemas como para ir a ponérselos en las manos a Dios; estaba demasiado enfocado en sus propios recursos y habilidades. Orar era una carga. No entendía que, la carne es débil, pero el espíritu está dispuesto.
Pedro no respondió de acuerdo a quien era. ¡Pedro era un discípulo de Jesús! Su vida había sido limpiada y transformada por el poder de Jesús; había sido dotado del poder y la autoridad de Dios y de los dones necesarios para ser un edificador del reino de Dios. Pero ante la adversidad, no respondió como le había enseñado su Maestro; más bien, decidió sacar la espada. ¡Qué contradicción! Quería ser alguien importante en el Reino, pero sus acciones destruían esa posibilidad. Andaba con Jesús en los momentos de éxito, pero lo negaba en la adversidad.
Pedro no se mantuvo en obediencia a la voluntad de Dios en medio de la crisis. Cuando vino la batalla Pedro decidió enfrentarla a su manera, según sus reglas, de acuerdo a sus propios criterios. Su obediencia estuvo condicionada a las circunstancias y debido a su falta de preparación en la oración, en medio de la refriega olvidó quién era. Y cuando se vio acorralado, negó a Jesús, para salvar su propio pellejo. En ese momento, luchaba por su propio reino.
¿Y cómo reaccionó Jesús ante las adversidades?
Jesús puso su vida en las manos de Dios. Ésta no fue una decisión fortuita, ni fue una acción de último recurso en un momento difícil. Fue el resultado de una vida de íntima comunión con su Padre celestial. Buscar el rostro de Dios para obtener dirección, fortaleza, ánimo, seguridad, aliento y valor era lo que Jesús hacía con mucha frecuencia, y todos sus discípulos lo sabían (Juan 18:2). Al orar, Jesús puso todo "sobre la mesa" delante de su Padre celestial: su misión, sus expectativas, su confianza en Dios, la seguridad de su éxito; pero también sus luchas y sus temores.
Jesús enfrentó los retos de la vida sabiendo quién era. Cuando los problemas dijeron: "Buscamos a Jesús de Nazaret”, él dijo: "Yo soy" (Juan 18:5). Jesús tenía conciencia de quién era. No tenía una doble identidad y saber quién era le permitió usar el poder y la autoridad que se le había entregado. Tener la conciencia de quién era le permitió no sólo comportarse a la "altura", de acuerdo a su origen, sino también responder apropiadamente a la crisis.
Jesús enfrentó los retos de la vida con la disposición de obedecer a Dios en medio de ellos. Puede que sea fácil decir que obedeceremos a Dios cuando todavía no enfrentamos la adversidad, pero la obediencia se mide justo en medio de la crisis. Jesús le dijo a Pedro: "...Si mi Padre me ha ordenado que sufra, ¿crees que no estoy dispuesto a sufrir?". En medio de los problemas Jesús decidió obedecer el plan de Dios, aunque significara sufrimiento.
Cuando evaluamos la manera de enfrentar la adversidad de Jesús y Pedro, los resultados son obvios. Pedro fue derrotado en la batalla, Jesús venció. Hoy nosotros estamos expuestos a situaciones semejantes, y tenemos la oportunidad de prepararnos y responder de forma correcta, escogiendo luchar de la manera en que Jesús lo hizo. ¡Que el Todopoderoso nos ayude a obedecer! permitiendo que su gran poder nos dé las fuerzas necesarias para triunfar y mantenernos firmes (Efesios 6:10).
Lic. Rigoberto Venegas M.
Cabudare, Estado Lara
Departamento de Redacción NotiCristo