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Marco Gentile

La Cristomorfosis Cap 16: El Trueque




Para Martín el ingreso a la penitenciaría fue una suerte de tragedia milagrosa. Llegó en medio de un motín, y le puso fin de una manera contradictoria: Resucitando muertos.


Sin embargo su cuerpo está al borde del colapso, las secuelas de las torturas han fatigado todos sus sistemas. La cama se muestra ante él como una antigua esperanza por fin alcanzada, y se deja caer en ella como quien se tumba de espaldas en una piscina.


  • Lo siento Elías, pero estoy muy cansado.


  • No es para menos varón… ¿tienes hambre?


  • ¿Hay comida?... Llevo dos días sin probar bocado; me aislaron y pospusieron el traslado varias veces.


  • Mira a tu alrededor Martín, Dios te entregó las posesiones de un Águila…


  • , qué es un Águila?


  • Son los generales del Pran.


Mientras lo instruye, Elías revisa los compartimentos que están en la cocina, encuentra pan en la despensa y de la nevera ejecutiva saca salchichas, mayonesa, salsa de tomate, mostaza…


  • Viejo te voy a preparar un perro frío… porque no tengo ganas de ponerme a cocinar nada… Cuando a uno lo matan en la mañana y lo resucitan en la tarde, da como un dolorcito de cabeza…


Martín suelta una risa encajonada. Una costilla le sigue doliendo y Elías lo nota. Entrega el perro caliente a su amigo y empieza a preparar el suyo.


  • Bueno varón, a enseriarse, mañana en la mañana me iré y quedarás solo. No me interesa cómo llegaste aquí… si no por qué.

Tu inocencia es evidente, además Dios no va a usar a alguien de esa forma si está dañado.


  • No sé por qué me escogió, pero sí fue Dios quien me trajo a este lugar –confirma Martín-. El dueño de este Bugui me dejó un teléfono en el taxi, el aparato estaba implicado en el asesinato de XXXXXX…


  • Peeerro… –exclama Elías- Te van a meter como cuarenta años.


  • Gracias por el ánimo varón. Lo cierto del caso es que, cuando me estaban torturando, fui llevado en espíritu a un lugar difícil de explicar, era como un prado hecho para apacentar el alma, y allí se me apareció un hombre con manto blanco y pies de bronce…


  • Tuviste un encuentro con Jesucristo…


  • Eso creo.


  • ¿Qué te dijo?


  • “Ve y dile a mis hijos que los amo. Pronto estaré con ustedes”.


Elías dejó de masticar, miraba a Martín con la expectación que se le da a un trapecista. ¿Estaba en presencia de un profeta? ¿No había terminado ya el tiempo de la Ley, para dar paso al periodo de la Gracia?


Las preguntas se apiñaban entre sus sienes, aquel hombre sencillo, que a todas luces desconocía el Ministerio Carcelario, era el escogido para traer libertad a los presos. Eso era indiscutible, el Poder de Dios lo acompañaba, columnas de fuego y remolinos de nubes descendían con el llamado de su voz.


  • ¿Y dónde te congregas varón?


  • Mi esposa y yo vamos a la iglesia XXXXX.


  • Te voy a decir la verdad –reconoce Elías mirando al suelo-: Tengo celos; me he preparado toda la vida, estudié teología, visité todo el sistema penitenciario del país, y perdí la cuenta de las veces en que intercambié miradas con la muerte... Todo porque Dios me dijo que yo traería liberación a los presos. Pero nunca sospeché que mi propósito era preparar el camino para ti, así como Elías lo hizo para Jesús.


  • Yo no soy un mesías –le aclaró Martín.


  • Claro que no, Cristo ya vino, pero dejó la Gran Comisión; hacer discípulos en todas las naciones. La cárcel, varón, es un país con sus propias leyes, tiene un gentilicio y una cultura propia. Tu vida pasada ha quedado atrás; cuando entras a este reino no vuelves a ser el mismo, una parte de tu ingenuidad muere cuando adquieres la ciudadanía carcelaria.


  • ¿Qué tengo que saber?


  • Mucho. Mañana, si te lanzan al piso una chancleta y una Biblia, levanta la Biblia…


  • ¿Y qué me pasaría si levanto la chancleta?


  • Si tomas la Biblia te vas con los evangélicos, a la iglesia, y esa será tu ciudadanía carcelaria. Pero si levantas la chancleta hay “Coliseo”…


  • ¿Pelea a muerte?


  • Si tienes enemigos aquí… sí. Pero si no -en el mejor de los casos- ganarás tus primeras cicatrices.


Un nudo de pan se atora en la garganta de Martín. Esto le recuerda que no ha tomado agua en muchas horas, y el pulso acelerado que le provocan las instrucciones de Elías le reseca aún más la boca.


  • Tengo sed. ¿No hay agua?


  • Ya revisé –dice Elías mientras niega con la cabeza-; solo hay cervezas.


  • No puedo beber cervezas.


  • Bueno varón, cuando David tuvo hambre y sed, comió el pan y bebió del vino consagrado del templo.


  • No es por eso, he tomado una copa de vino en algunas ocasiones, pero reñí con la cerveza después de entender que boté media vida empinando el codo. Era adicto a las lupulosas, y no volveré a coquetear con ellas.


  • ¡Les cambio un refresco por dos cervezas! –dijo una voz exterior al Bugui.


  • Ah… ese es Marrón. –Dijo Elías abriendo las cortinas.


Y en efecto, afuera estaba haciéndoles la guardia el mismo “Lucero” que los condujo al Bugui; un corpulento personaje de piel café, ojos saltones y manos exageradamente grandes, que se veían a tono con la metralleta “Kaláshnikov” que sostenía en una mano, y en la otra, un glorioso envase con dos litros de gaseosa.


Elías tomó las cervezas de la nevera e hizo el trueque intercambiando miradas de complicidad. Seguro Catire estaría recibiendo información de todo cuanto pasaba en su Bugui, y estaría en “la placa” hambriento, sediento… hirviendo en su propio jugo, por todas las cosas que le estaban gastando.


  • Toma varón –dijo Elías cerrando la cortina y entregando el refresco a Martín-: “”.


  • Dos cervezas… yo las hubiera entregado todas.


  • Ni se te ocurra –dijo Elías trasmutando su gesto en reprobación-, una cerveza no tiene el mismo valor aquí que en la calle, un cigarrillo, una bolsa de papel... Tienes que aprender rápido varón o te van a dejar sentado en el suelo en menos de una semana. Para el preso todo es difícil, casi imposible. Si una persona no tiene mucho dinero y quiere hacer una sábana, compra la tela, la lleva a una costurera… y listo. ¿Pero sabes cuántos procesos le lleva a una sábana para llegar a un preso?

No lo sabes… –se responde- generalmente cuando la gente piensa en sábanas y presos, se imagina que el reo se va a ahorcar en su celda.


Martín empujó el contenido del refresco hasta la mitad, el líquido terriblemente frío y el sodio burbujeándole en la garganta se sintieron como una pomada en todas sus heridas.


  • Tienes razón Elías, dime cuánto cuesta cada cosa… -inquirió mientras extendía el refresco a su nuevo amigo.


  • Bueno Martincito, entre las cosas más caras está una mujer… y aunque eso no te interesa empezaremos por ahí…



“La Cristomorfosis.”

Una novela de Marco Gentile.

Búscala todos los sábados a las 10:00 am


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