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Marco Gentile

La Cristomorfosis – Capítulo 20: El Bautizo de Fuego


Catire sabe que con el Pran no se discute. En un debate con él es más fácil que te dé un tiro que una respuesta. Lo acaba de comprobar hace menos de 24 horas, cuando quiso matar a Elías y terminó muerto y resucitado por su actual enemigo. A Don Lucio no le importó que fuera un “águila”, ni que se hubiera jugado el pellejo varias veces para salvarle la vida. Tampoco pesaron a su favor las enormes cantidades de dinero que le hizo ganar con el tráfico y los secuestros; al final, todo se redujo al desconocimiento de una orden… Eso bastó para recibir un tiro, y por la espalda.


Solo le separan unos pocos centímetros del evangélico al que quiere ver tieso y boquiabierto. Pasó por muchos riesgos para consumar su venganza, pero nunca sospechó que el Papi le robaría el Coliseo, y ahora hasta el Pran está metido en la jugada.


  • Yo no vi ninguna Biblia –Dijo en tono de cabildeo.


  • ¿Cuál Biblia? –gritó el Pran- Yo soy la Biblia…


Batiéndose en el aire, como un ave legendaria que no puede coordinar sus alas… Un libro voló desde el Barrio de Observación y cayó a los pies de Martín. Catire vio venir el objeto y lo siguió con la cabeza viendo que el abanico de hojas se cerró perfectamente. Para el colmo de su rechazo el libro cayó en la posición correcta, y podía leerse el título de “Santa Biblia” en letras órficas.


Martín recogió el ejemplar y el Pran dibujó una sonrisa condescendiente. Catire miró hacia arriba y emprendió su retirada escalando por las cornisas y salientes hasta llegar a su nuevo Barrio: “La Placa”.


  • Véngase pastor, hay que echarse un traguito, debe tener la garganta seca… –dijo el Pran tomándolo por el hombro- ¿Cómo es que se llama usted?


  • Martín.


  • Vamonós pa' la oficina…


Martín vio el cuerpo del Papi que apenas movía el costillar en un vano intento por seguir respirando. La golpiza le había dejado irreconocible; su rostro era un guiñapo de sangre que ya empezaba a coagularse y costrificarse, mientras la hinchazón deformaba su frente por el lado de las sienes.


Sintió pena en su corazón por aquel hombre que había entregado su vida sin conocerle, había pedido a Dios defensa, y el Padre le había provisto un “cordero de sacrificio”. Este pensamiento le llenó de tristeza y dolor porque otra persona había recibido el daño en su lugar. “Señor: ¿Por qué me haces sentir inútil; un parásito que vive de la bendición ajena. Por qué no me das la fuerza que necesito para defenderme… No puse hace un momento mi vida en tus manos, y esperando un milagro que me traiga paz, recibo un peso de conciencia? Líbrame de contender contigo… pero hazme entender tu voluntad”.


Dios no le respondió, pero un versículo de la Biblia daba vueltas en su corazón: “Y estas señales seguirán a los que creen… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. ¿Cómo saber cuándo es el hombre el que anhela un milagro, y cuándo sucede por voluntad divina? Si bien había visto suficientes prodigios en los últimos días, las dudas eran como infantes disputándose el control de su pecho.


Y en medio de toda esa ciénaga de emociones, apareció un halo de luz en forma de Palabras: “Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho”.


Eran palabras de Jesús, el propio Hijo de Dios, y nadie puede estrellarse con la verdad de Cristo. De forma tal que buscó en su mente, alma y espíritu, cuál podría ser el mensaje ese día para que los hijos de la prisión vieran y creyeran. Lo pidió con humilde súplica, derramándose ante un Dios misericordioso, cuya bendición es más poderosa y sabia que la razón humana. Y el salmo veintidós vino a su encuentro como en aquellos días de pobreza y desesperación.


Cobrando ánimo y soltándose del Pran, Martín se agachó para atender a Saqueo, e imponiendo las manos sobre su cabeza, declaró:


  • Todos ustedes ven a este hombre y le escarnecen. Contra él estiran la boca y menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová, líbrele él; sálvele, puesto que en él se confió. Ustedes, prisioneros incrédulos y tercos… ¿No saben que fue Dios quien lo sacó del vientre y le permitió vivir hasta el día de hoy...? Quizás para dar ejemplo a los sanguinarios y rebeldes.


Se escucharon las risas de Catire y su grupo, pero al poco tiempo se sintieron intimidados por la sumisión del resto…


  • Hoy -continuó Martín-, la angustia de este hombre está cerca; porque no hay quien le ayude. Y Catire le ha derrotado sin honor. Abrió sobre él su boca como león rapaz y rugiente. Ha sido derramado como aguas, y todos sus huesos se descoyuntaron; su corazón fue como cera, derritiéndose en medio de sus entrañas. Como un tiesto se secó su vigor, la lengua no se mueve más en su paladar, y el polvo de la muerte entra por lo ancho de sus narices. Le ha cercado cuadrilla de malignos; tanto es el dolor que contar puede todos sus huesos; y entre tanto, ustedes lo miran y me observan.


Ya no hay risas. Y aunque el lenguaje es difícil de comprender para una muchedumbre que tiene poca o ninguna educación; el contexto, la escena, y el Espíritu de Dios transforman sus palabras en una espada, que traspasa el entendimiento y se hunde hasta la médula misma del corazón.


  • Pero por fe, porque así lo creo, Dios no se alejará; hoy será su fortaleza y se apresurará a socorrerle, y lo salvará de la boca del león. Para que el nombre de Dios se anuncie y se respete en este lugar… Así que… Los que aman a Dios; glorifíquenle…

Y los que no, témanle…


Las palabras de Martín fueron contundentes, muchos estaban boquiabiertos y otros reflejaban un verdadero temor, pues desde que decidió abrir su boca, una serie de cambios y restauraciones comenzaron a verse en el rostro y extremidades del Papi; la sangre no desaparecía, pero la hinchazón disminuía perceptiblemente ante la vista escandalizada de los reos. Los labios partidos se juntaron, las capas de piel, desprendidas por la furia de los estrellones, se acopiaron de nuevo a sus cienes hasta renovar la forma que antes tuvieron.


El papi recobró la conciencia y Martín lo ayudó a sostenerse sobre sus pies. Se notaba confundido, desorientado. Y dándose cuenta Martín de lo que necesitaba, pidió agua y se la trajeron. Le dio de beber y sobró un poco en el recipiente, así que decidió hacer algo que permanecería en la historia de esta prisión.


  • ¿Cómo te llamas varón? –le preguntó por lo bajo.


  • Papi… No; perdón… Me llamo Zaqueo.


  • Escuchen bien, porque no todos los días se ve un milagro en un bautizo. Zaqueo: Dilo delante de toda esta gente… ¿Mueres para el mundo, y naces para Cristo?


  • Si varón, muero y renazco, de Cristo soy…


  • Desde hoy eres una nueva criatura, bienvenido al Reino de Dios.


Y diciendo esto vació el agua en la cabeza de Zaqueo. Todos pudieron ver la sangre disipándose y contemplaron el milagro: En el rostro de aquel hombre no había una sola magulladura o herida...


  • ¿Quienes dan la gloria a Dios?- Gritó Martín. Y en ese preciso instante un gran relámpago hizo agachar a todo el mundo la cabeza…


  • ¡Amén…! ¡Amén! –Respondió un millar de presos preocupados.


“La Cristomorfosis.”

Una novela de Marco Gentile.

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Diseño Gráfico: Publicaciones Gentile.

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