Si se le pregunta a un joven cómo se siente, probablemente observe a su interrogador con unos ojos hondos suplicantes de amor, y responda esa pregunta no con poca consternación. Es que vivimos en la cúspide gloriosa de la industria del entretenimiento; el nivel tecnológico es brutalmente mayor al de hace un siglo, tenemos teléfonos, computadoras, internet veloz, consolas de videojuegos de realidad virtual, la interconexión mundial gracias a la globalización y por eso hemos llegado al alto y prestigioso umbral del barrial emocional. El oscuro fango ponzoñoso del corazón. La sociedad “libre” y “democrática” que ansiaban los héroes de las repúblicas hace dos siglos yace como un sueño pisoteado por algo menos que invisible. Un enemigo mortal que asecha las escuelas y los hogares.
La razón de la depresión se halla incrustada tras los bastidores de la memoria. Nuestra poderosa sociedad ha creado los peores hábitos emocionales que han hecho de los jóvenes máquinas de producción sin habilidad para hacerle mantenimiento a sus propias emociones. La súper estimulación de las informaciones y la explotación indiscriminada de “la gallina de los huevos de oro del placer” están destruyendo la capacidad de reacción de los adolescentes. Todo lo que se vende promete exprimirles hasta la última gota de placer que los saque del aburrimiento, la soledad y el rechazo, y les inunde la cabeza de dopamina: tal como lo hace la pornografía o cualquier otra clase de películas intensas. Se les enseña a ser lógicos y a resolver problemas matemáticos pero no a cómo hacerle frente a los embates de la vida o a las tentaciones de la estupidez. Se les inculca la idea mesiánica de su cuerpo como su emancipador económico, pero no se hacen esfuerzos por arraigar en ellos la paciencia y la fe como motores que impulsen sus metas y les ayuden a superar sus temores, fobias y desamores. Se les exige “ser felices” y se les administra drogas, pastillas antidepresivas, pero no se les enseña a contemplar la dulzura de una historia, el rubor de las flores, la luz prístina del sol o el aroma siempre desconcertante de las gotas de lluvia; ni a aceptar sus pecados y fracasos como oportunidad para ser mejores. Lo peor, se les enseña demasiado acerca del mundo que los rodea pero nada acerca del universo que son.
Nuestro sistema intenta ocultar el daño ultra ofensivo que se le ha hecho al patrimonio más valioso de la humanidad, corrompiéndolos a los niveles más groseros de superficialidad, inmediatez y consumismo jamás vistos.
¡La pobre juventud está cansada, hay un callo en su bendita habilidad de sentir placer! La depresión clínica tiene múltiples causas pero más del 50% son causas pasadas cuyos fantasmas continúan apareciendo para aterrorizarlos. Para el grupo etario adolescente, la causa más frecuente de depresión no ha tenido que ver con violaciones, drogas, abusos o vejaciones físicas, para lo cual existen ayudas especiales. Pero no las hay para el peor enemigo de la felicidad juvenil colectiva:
El Síndrome del Pensamiento Acelerado (SPA)
El SPA es una psicopatología de ansiedad descubierta por un psiquiatra llamado Augusto Cury, quien expresa que el siglo XXI es “la era de los mendigos emocionales”. Sentimientos de tristeza, episodios de llanto sin razón aparente. Frustración o ira incontrolable hasta por asuntos menores. Desesperanza y vacío. Grandes períodos de irritabilidad o molestia. Poco o ningún interés en las actividades cotidianas. Detestar a la familia y no poder estar tranquilo. Maldecir la baja autoestima. Autopercibirse como una basura o un desecho social; sentirse culpable por todo lo malo que pasa; abrigar el peso que trae consigo la comprensión del poco valor y trascendencia que tiene nuestra pobre vida frente al mundo hostil que parece operar a despecho del sufrimiento propio; ver su dinero, su fama y su placer, tocándolos solo de lejos. Intuir que te diluyes, que no piensas, no te concentras, no tomas decisiones con valentía y no tienes memoria para tus estudios. Todo se ha acomodado perfectamente para dejar que ese pensamiento lúgubre acerca de un presunto futuro sombrío y desalentador se cuele al terreno del Yo, dejando caer suavemente el espejismo del suicidio, que asegura sonriente poner punto final a tal agonía existencial.
Con frecuencia, los jóvenes que sufren depresión, aparte de causas biológicas, la sufren por su falta de madurez emocional que debieron haber adquirido en el jardín de la infancia al superar el instinto antisocial que llevamos dentro y la ansiedad que generan los sentimientos fuertes (odio, venganza, exaltación, fobia, amor, alegría), virtudes que enterraron cuando se enfocaron en la “megatendencia”. Quieren ser adultos, tener novia, teléfonos, autos, beber en fiestas, ser aceptados, fumar, y escuchar música barata, debido a que es lo que les ha vendido la TV y no porque ellos mismos lo deseen. Por eso, cuando estropean todo por hacerle caso desmedido a sus primitivos impulsos, sienten una culpa que irriga y resquebraja todo el ser, que conduce sus hilos de pensamientos a las conductas previamente descritas.
Los padres son agentes primordiales para transformar esta realidad. Dialoguen con sus hijos, no sermoneándolos; sino escuchándolos y humanizándose para enseñarles a aceptar sus errores con gracia, motivándolos a cambiar. Cuenten historias para perder el temor a fallar, pero con el foco en levantarse siempre.
JOVEN Detén un instante tus pensamientos laboriosos e investiga dentro de ti por qué te sientes como te sientes. Al hallar las razones, ponlas a los pies de Jesucristo. Él no te arrojará piedras. Cubre tu rostro con las manos y en secreto… llora. Pero al terminar, cuando ya te hayas desahogado, enciende tu mejor sonrisa, porque la vida es para reír.
No temas firmar ese contrato riesgoso y ponte al tanto de que vendrán infortunios, pero debes saber que la caída no hace menos placentero el paseo a caballo. Las heridas no son excusa para descubrir a la persona más linda del mundo. Los accidentes no bastan para dejar de viajar. Sin un bebé no hay dolores de parto…
Vive todo lo que Dios tiene para ti debajo del sol. Y tendrás el placer de decir: “Sufrí, pero de buena gana lo haría mil veces más”.
Elvis Russo
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