"..Revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes."
1 Pedro 5:5.
La humildad es una virtud dada por el Espíritu Santo que implica una completa dependencia de Dios, desprendimiento, amor y valoración al prójimo, aún por encima de uno mismo. La humildad, se manifiesta también en la ausencia de arrogancia y altivez.
La palabra que del griego se traduce en la Biblia “humildad”, es "tapeinophrosune" y denota: modestia, bajeza, insignificancia moral y una actitud altruista hacia los demás. El humilde reconoce que no tiene nada que ofrecer a Dios, porque entiende que todo lo que tiene le fue dado por Dios a través de su Gracia. Él reconoce la superioridad de otros, conoce sus debilidades y fortalezas, y las pone en manos de Dios, para servirle a Él y también al prójimo.
Para los hijos de Dios, la humildad no es una opción, sino una orden. Se nos da el mandamiento de vestirnos de humildad (1 Ped.5:5), esta actitud debe ser para nosotros un modo de vida. Si por algo Dios quiere que la gente nos reconozca, es por ser gente humilde. Dios mismo nos mirará de lejos, si anidamos en nuestro corazón la arrogancia y altivez de los soberbios. “Dios resiste a los soberbios” pero las bendiciones de su Gracia, solo están reservadas para los humildes.
Beneficios de la Humildad
A los humildes Dios le extiende maravillosas promesas. Lo primero es su Gracia. Cuando nuestros malos deseos nos meten en problemas, pero venimos al Señor humillados, el generoso amor que Dios nos extiende se hace más fuerte que nuestros errores. La Escritura dice: “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (Santiago 4:6)
La humildad, también trae honra. El sabio escritor expresó: “El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría; Y a la honra precede la humildad.” (Proverbios 15:33)”. Cuando dejamos que sea Dios quien nos enseñe, su instrucción nos guiará a la humildad, y ella será el anuncio de la honra que vendrá como recompensa divina, acompañada de riqueza y vigor de vida (Proverbios 22:4).
Y hay una consecuencia muy hermosa de parte de Dios con los humildes. El salmista dijo: “El Señor es bueno y justo. Por eso les enseña a los pecadores el camino correcto. Él guía a los humildes por el buen camino; les enseña a vivir a su manera”. (Salmos 25:8-9 PDT). Cuando un pecador se humilla, para reconocer su incapacidad de hacer lo bueno, Dios lo guía con su enseñanza y dirección, permitiéndole alcanzar sabiduría (Prov.11:2).
Jesús es el modelo perfecto de humildad, porque "Por amor a nosotros se hizo pobre siendo rico, para que nosotros fuéramos enriquecidos" (2 Corintios 8:9), y Él mismo se caracterizó con esta virtud cuando dijo: "...Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón." (Mateo 11:29).
¿Cómo puedo hacerme más humilde?
El apóstol Pedro, dándole un sentido práctico a la expresión de humildad que debemos manifestar ante Dios, sigue diciendo: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.” (1 Pedro 5:6) Para hablar del ejercicio voluntario de la humildad, el apóstol usa la expresión: “humillaos” que denota: envilecerse, rebajarse, y someterse ante Dios. Esta es una acción que debe hacerse conscientemente delante de Dios, reconociendo nuestra indignidad e implorando su misericordia y perdón para ser salvos.
La humillación es una actitud continua del reconocimiento de nuestra incapacidad humana para agradar a Dios, mientras que la humildad es la condición del carácter que Dios exige en nuestra relación con Él y el prójimo. Necesitamos humildad para poder humillarnos.
Humillarnos delante de Dios es aceptar su reprensión, disciplina y corrección; es someternos fehacientemente a su voluntad y a su Palabra. Jesús es el ejemplo más grande de humillación, ya que en obediencia al Padre, "… Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Filipenses 2:8).
El Señor señaló ese mismo camino y su recompensa cuando dijo: "...Cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el Reino de los cielos" (Mateo 18:4); es decir, humillarse como un niño, es venir a Jesús sin ninguna resistencia, y en total dependencia de Él. El premio: la honra de Su Reino.
El humillarse delante de Dios traerá a su tiempo, bendición, recompensa y exaltación. Si no recibimos su premio antes de su venida, lo recibiremos cuando Él venga, porque Él viene pronto con recompensa (Apocalipsis 20:12) y la Biblia dice que Él “…Transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (Filipenses 3:21)
Desobedecer la instrucción de ser humildes, desatará consecuencias indeseables. El que tercamente decida no recorrer ese camino, algún día será alcanzado por la humillación forzada. Doblegar la cerviz trae enaltecimiento, pero enorgullecerse, puede acarrear la humillación eterna.
“Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo 23:12)
Pr. Manuel Domínguez
Departamento de Redacción NotiCristo
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