“No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” (Romanos 12:21)
El odio puede definirse como un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa o fenómeno. Cuando odias, puedes llegar al punto de desear destruir y hacer daño a la persona que se convierte en el objeto causante de dicha emoción.
El Doctor Vicente Ezquerro, médico español, especialista en Psiquiatría, explica que “El odio es persistente, es decir, la persona que odia vive en el odio, desea venganza, y ha elaborado la rabia de tres formas: quiere destruir, hacer sufrir y controlar a los demás”.
Además, cuando mantienes este sentimiento durante un tiempo prolongado, te provoca problemas psicológicos e incluso complicaciones físicas crónicas, empiezas a sufrir por el estrés, aparece la ansiedad, el insomnio te roba el sueño, los pensamientos obsesivos empiezan a martillarte el cerebro, te sorprendes a ti misma con arranques de agresividad, y el sistema inmune se te debilita, dejándote expuesta.
Pero lo peor del odio es que te roba la paz. Llega a poseerte de tal manera que te hace creer que la única justicia que llegará a producirse, está relacionada con el daño, y el dolor que puedas causarle a la persona odiada.
Pero el odio es un espejismo. Porque te hace creer, no solo que hay razones justificadas para odiar, sino también que con tales sentimientos negativos, le produces el suficiente daño y dolor a la persona, que la harás sufrir por tu rencor, dolerse por tu rechazo y dañarle tu repulsión.
Pero la verdad es que el mayor daño que estará produciendo el odio, no es a la otra persona, porque a veces ni se dará por enterada de tus sentimientos. El verdadero daño del odio se estará vaciando en ti misma que lo vives, que lo sientes, y que lo padeces. Debido a esto, necesitas expulsarlo de ti, y junto con él todo el veneno que lentamente te puede estar matando.
Cómo expulsar de nuestro corazón el odio
Ana, en la Biblia, nos sirve de modelo para aprender a tratar con esos sentimientos abrumadores que pueden llenar de odio, amargura y rencor nuestros corazones. Jehová no le había concedido hijos, y su rival, Penina, la irritaba, enojándola y entristeciéndola, por lo cual Ana lloraba, y no comía.
La irritación, el enojo y la tristeza que Ana sentía, eran los precedentes del odio. Y esto le estaba provocando sentimientos de depresión, estrés, y ansiedad. Estaba perdiendo la paz. Vivía llorando. ¡Qué irritante era Penina! Le decía cosas tan hirientes, provocadoras, y vejatorias, que Ana se sorprendió muchas veces deseando que Penina muriera. Pero esos sentimientos negativos le estaban produciendo problemas psicológicos y desórdenes alimenticios ¡Ya no quería ni comer!
Por eso tuvo que definirse. No podía seguir con esa carga de odio. Ella notó que la amargura de su corazón estaba dañando la relación con su esposo, estaba cediéndole al odio el control de sus emociones. Y entonces Ana entendió que recuperar el control, implicaba vencer el odio. Y para hacerlo, debía luchar una batalla por su propio corazón.
La Biblia dice que después que hubo comido y bebido, se levantó y fue al templo de Jehová, y “con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”. Derramó su alma ante el Señor. Expresó su dolor, su frustración. Y tomó toda su amargura y la depositó a los pies del Señor en el altar, con un voto y una solicitud. Y algo se operó en Ana.
Entró en la presencia del Señor como “una mujer atribulada de espíritu”, pero después de derramar su alma delante de Jehová, soltó la multitud de sus congojas y de su aflicción, diciendo así “he hablado hasta ahora”.
Sus congojas, su odio y su rencor morían allí. Cuando Elí la escuchó, le bendijo, y Ana salió del lugar, y “comió, y no estuvo más triste”. Una milagrosa transformación se había operado, y lo mismo te puede pasar también a ti. Para vencer el odio:
1. Levántate del dolor, para ir a la presencia del Señor. El odio no se trata de lo que te han hecho, se trata de lo que sientes tú. Es tu problema. Te daña a ti. Y está en tus manos salir de él. Entregarle a Dios esa carga, ¡es tu decisión!
2. Derrama tu alma ante el Señor. Ana entró angustiada y acongojada, odiando, pero salió libre. Si echas tu carga sobre el Señor, pasarás a caminar sin cargas, llena de esperanza, y renovada en tu fe. “Echa tu carga sobre el Señor, y Él te sustentará”.
3. Determina un “Hasta ahora”. No son los demás los que definen el tiempo. Tú decides hasta cuando llevarás la carga contaminante del odio.
4. Haz un pacto de fe. Ana dijo: “Si me das un hijo, lo dedicaré a ti todos los días de su vida”. El sentimiento de insuficiencia por no poder concebir y dar a luz un hijo, nacía en su propia debilidad, y ella lo asumió como la oportunidad de Dios para manifestar su poder. Y entonces, pactó con el Señor, el fruto de su vientre.
En tu debilidad, también Dios se puede glorificar. Necesitas levantarte del dolor, soltar tus cargas ante el Señor, determinar un “hasta ahora”, y entrar en pacto con él por los frutos de tu vida libre del odio.
Libna Villegas de Parra
Dpto. de Redacción NotiCristo
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