Serie: Cada mañana
Día 4: Enciende tu adoración
La tarea sacerdotal empezaba bien temprano en la mañana. Sus funciones estaban asociadas al culto diario. Debían garantizar que hubiera leña preparada, animales para el holocausto, utensilios listos para el servicio, para poder presentar entonces las ofrendas, oficiando los rituales que Dios establecía.
Una de las cosas que debía garantizar el sacerdocio, era que el fuego se mantuviera encendido. Para ello, debían proveer el combustible, la leña; para entonces presentar las víctimas de los sacrificios de paz, para ser quemadas en el altar como holocausto: una ofrenda encendida de olor grato a Jehová, donde se quemaba la totalidad de la ofrenda presentada.
“Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz.” (Levítico 6:12)
El apóstol Pablo, hablando acerca de nuestro sacerdocio cristiano, expresó: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.” (Romanos 12:1)
Cada mañana, podemos venir al Señor, no solo para recibir su gracia y misericordia; no solo para recoger lo que ha provisto para nosotros. No solo para pedir en oración la respuesta a nuestras necesidades, sino también para presentar nuestra ofrenda viva delante de Él.
El elemento vital de nuestra adoración es este: Presentar nuestros cuerpos cada mañana, en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. Ese es nuestro culto racional. Por tanto nos corresponde mantener encendido el fuego del Espíritu en nuestra vida devocional.
La leña, el combustible con el que se quemará nuestra ofrenda, es nuestra propia decisión de hacer la voluntad de Dios, tomando nuestra propia cruz para seguirle. Pero lo que se consumirá totalmente en el altar del sacrificio, no será otra cosa que nuestra propia vida: nuestra carne, nuestras apetencias, nuestra voluntad personal.
El fuego debía arder de manera continua en el altar. Así mismo debe ser nuestro culto racional. No debe ser una práctica intermitente, ni debe depender de mi actual estado de ánimo. Sino que como una disciplina, cada mañana, una ración de mi yo, sea consumida en el altar de mi adoración a Dios, para que suba mi ofrenda, como el humo fragante de una total entrega y consagración a nuestro Señor.
Libna Villegas de Parra
Serie: Cada mañana
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