¿Cuántas veces has caminado con los ojos velados por las aflicciones, sin percatarte que Jesús va contigo en el camino de Emaús?
Emaús era un pequeño pueblo situado a unos doce kilómetros al oeste de Jerusalén. Dos de los discípulos se dirigían hacia allí, abrumados y sumidos en el dolor, al creer que habían perdido a su Señor, maestro y amigo, tras su crucifixión.
El Evangelio del Doctor Lucas relata que aquellos dos discípulos caminaban entristecidos y cabizbajos, en el camino de Emaús, conversando sobre lo ocurrido. En medio de su travesía, Jesús resucitado se les acerca y se une a su caminar, pero ellos no lo reconocen debido a que sus ojos están velados.
El Señor les preguntó de qué hablaban, y Cleofas le respondió con una pregunta:
“¿Acaso eres el único que no se ha enterado de todo lo acontecido en Jerusalén?”
Inmediatamente le narró los hechos acerca de Jesús de Nazaret: su poder y sus obras delante de Dios y de los hombres. Le compartió acerca de sus expectativas con respecto a él, y como se habían vuelto añicos después de la crucifixión, y también le contó acerca de lo que todos hablaban, del supuesto hallazgo de la tumba vacía.
Entonces Jesús, usando las escrituras del Antiguo Testamento, empezó a mostrarles que era necesario que el Mesías padeciera.
“¡Lo que ha pasado está de acuerdo con las profecías!”- Les dijo, y empezó a recriminarles su falta de fe.
La explicación los cautivó de tal manera, que cuando el Señor hizo como que iba a continuar su camino, ellos lo invitaron a quedarse con ellos.
Cuando iban a comer, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y les dió. Entonces le reconocieron, porque sus ojos se abrieron.
“¡Es el Señor Jesucristo!” - se decían el uno al otro. Pero como no era el momento para mostrarse totalmente, el Señor desapareció de la vista de ellos. Y sorprendidos se decían:
“¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras?”
Fue tal la alegría que experimentaron que inmediatamente volvieron a Jerusalén para compartir la buena noticia con los demás discípulos. ¡No les importó caminar de nuevo los doce kilómetros de vuelta!
Y mientras testificaban de lo que habían visto, el Señor se apareció en medio de ellos, les saludó, les mostró las heridas de sus manos y sus pies, comió con ellos, y después de abrirles el entendimiento para que comprendieran las escrituras, les renovó la promesa del Espíritu Santo.
Con frecuencia, nos encontramos en la misma situación que Cleofas y su compañero de viaje, avanzando por el camino de Emaús, hacia nuestro propio lugar simbólico al que escapamos cuando nos enfrentamos a las dificultades y aflicciones que nos aquejan.
Quizás nuestro propio Emaús sea el encierro en nuestros pensamientos, adicciones u otras distracciones que nos alejen de enfrentar la realidad que preferimos evitar. Como sucedió con los discípulos, nuestras aflicciones, expectativas no cumplidas y planes frustrados pueden nublar nuestra visión.
Nos enfocamos tanto en el problema, que nuestras emociones velan nuestros ojos espirituales, impidiéndonos percibir la presencia del Señor a nuestro lado.
Si te encuentras en esa circunstancia, al igual que hizo Cleofas y su compañero, es crucial que te detengas en el camino, invites al Señor a quedarse contigo y prestarle atención a todo lo que tiene para decirte a través de Su Palabra.
En su presencia, tu corazón, enfriado por las circunstancias de la vida y por la lucha contra tu naturaleza terrenal, comenzará a encenderse y a nutrirse de esperanza. La plenitud del Espíritu que experimentarás en esos momentos de comunión con el Señor te brindará la fuerza para regresar a tu vida diaria en Jerusalén y compartir con quienes te rodean la alegría que encuentras en Su presencia.
Después de reunirse con sus discípulos en Jerusalén, según relata el evangelista Lucas, Jesús condujo a sus seguidores a Betania, ubicada a unos 3 kilómetros de distancia, donde levantó las manos, los bendijo y ascendió al cielo. Cuarenta días después, vino sobre ellos el poder de Dios. Jesús estaba ausente físicamente, pero su presencia ardía en sus corazones, con el fuego del Espíritu Santo.
Jesús tampoco está hoy físicamente presente, pero el poder que vino sobre sus discípulos está a nuestro alcance a través del Espíritu Santo. Él mora en ti, te guía a través de las Escrituras, y te revela la voluntad del Padre. En su presencia el velo se disipa de tus ojos, permitiéndote comprender que el Señor siempre recorre a tu lado el camino de Emaús.
Guiado por su Espíritu, te sumerges en su Palabra; y lleno del gozo que su presencia te brinda, obtienes la fuerza para acercarte a tus amigos, familiares, vecinos y colegas, para compartir con ellos cómo el Señor se te ha revelado, ha abierto tus ojos y ha restaurado tu esperanza.
¿Te animarías a emprender el regreso a tu Jerusalén, desandando el camino de Emaús, para compartir tus buenas noticias acerca de Jesús?
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