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De cómo Dios me sacó del Valle de sombra y de muerte (Testimonio de Marco Gentile)



Hoy daremos una “visita guiada” a los tenebrosos Valles de sombra y de muerte. Pero antes, cubro tu vida con la Sangre de Cristo, para que vivas esta travesía dentro de la burbuja de la verdad, y cuando las sombras extrañas que a mi me acosaron, se peguen a los vidrios de tu cabina, seas inmune a la mentira que destilan.


El mundo de los sanos ha quedado atrás, a tu espalda se aleja el brillo del sol, que hasta hace poco representaba tu fuerza y tu salud, y lentamente vas entrando en un valle desconocido. La mente comienza a ver el cambio de paisaje; el entorno, antes frondoso y cubierto de follaje, va perdiendo su fauna y flora, los caminos que surcaban la tierra fecunda, se van convirtiendo en áridos y grises senderos, de los que emanan vapores de dolor y repentinas tinieblas.

Quien como yo, ha tenido cáncer en etapa IV, o una enfermedad mortal, sabe a lo que me refiero. Llega el punto en el que te ves obligado a tomar una decisión, puedes quedarte justo donde estás, y esperar la muerte que se acerca dando pasos estruendosos y agigantados, rodeado de lo que parece tu oasis particular, pero a sabiendas que muy pronto el agua va a terminarse y los medios para sobrevivir serán insuficientes.

…O tomar el otro camino, ese que está frente a ti, y abarca todo el cielo del horizonte, proyectando el misterio de sus nubes oscuras y tormentosas: Es el sendero de los tratamientos médicos, donde debes entregar tu vida en las manos de galenos que no te conocen, y para algunos de ellos solo eres un número más entre sus estadísticas o probabilidades.

Este testimonio es mi visión personal del viaje. Mostraré mi lado más vulnerable, y los pensamientos más hondos e indecibles. Si no lo hiciera de esta manera no tendría caso testificar la Gloria de Dios, pues para ver al Cristo resucitado, es necesario haber probado, como Job, el ardor que dejan las cenizas en las llagas, y el doloroso roce de las ropas de Silicio. Y después de haber estado solo e inmóvil en una camilla de hospital… ser levantado en gloria para poder decir: “De oídas te había oído, pero ahora mis ojos te han visto”.

Sin embargo Job estuvo solo, balanceándose en el vacío, y lo único que le impedía caer era el resistente hilo de su Fe, con el que se aferraba al cielo y su Creador.



Mi esposa Darlis, Samantha, mi tía Yanis y mi hija Sara

Por otro lado, yo tuve demasiada ayuda de la gente que me ama, empezando por mi esposa e hija. Mi tía Yanis y mi prima Samantha, que me recibieron en su casa, permitiendo que Dios las usara para hacer posible este proceso, y cuyo amor y sacrificio no encontraré jamás una medida justa para pagarles.


Al igual que a los hermanos de la Iglesia “Irmãos en Cristo” de Manáus, y la Iglesia de “Belo Horizonte” que queda muy al sur de Brasil, pero que juntos, no solo pagaron mi viaje, sino que se hicieron responsables de una parte de los gastos de mi familia acá en esta tierra gentil, tan protectora de los inmigrantes como lo fuimos los venezolanos con nuestros extranjeros durante todo el siglo 20.


Iglesia Irmãos en Cristo

Tampoco puedo olvidar la gran ayuda que recibí de mi hermana Danis Gentile, que desde Chile me tendió la mano todas las veces que lo necesité, ella es la persona más generosa que me he topado en la vida. Dios la bendiga siempre.

Mi hermana Danis Belisa Gentile H.

II

Llegué al Hospital de Cáncer de Manáus, llamado aquí FCECON (Fundação Centro de Controle de Oncología do Estado Amazonas), único en su estilo y punta de lanza del Estado Amazonas, tanto por sus instalaciones de primer mundo, su equipamiento, personal, y métodos que combinan la ciencia médica con la Fe Cristiana en sus múltiples denominaciones.

Me trajo mi hermano en Cristo, el cardiólogo David Saaback, esposo de Meyre, ambos miembros de la familia Honorato que como ya he dicho en mi testimonio anterior, nos protegieron como a uno más de los suyos.


A mi izq y Der; David y Meyre Sabaack Honorato, sus hijo Davisinho Darlis y Sara

Aquí me enteré que yo también estaba protegido por mi registro en el SUS (Sistema Único de Saúde) que es como el seguro médico de todos los brasileños y extranjeros –iguales ante la Ley-, y te da acceso a la salud de una forma tan avanzada que desearía verla aplicada en Venezuela.


Los médicos del Fcecon estudiaron mi caso y concluyeron que la precariedad de Venezuela había causado que mi primera fase del tratamiento se hiciera de forma inadecuada, me explicaron que pude haber muerto con las primeras 4 quimios de allá, porque la dosis era demasiado alta. Y esa era la razón por la que no podía salir de la cama durante los 10 días siguientes al tratamiento.


Debido a que mi enfermedad estaba muy avanzada y precariamente tratada, los oncólogos brasileños diseñaron un plan radical: 35 sesiones de radioterapia, ejecutadas de lunes a viernes, y al mismo tiempo, una sesión de quimioterapia a la semana… En total, esta terrible fórmula abarcaba unos 70 días de tratamiento ininterrumpido.


Me metieron a máquinas de escaneo avanzado; tomógrafos y resonadores combinados, de contraste, odontología, endoscopias de rostro y garganta, exámenes de toda índole y mientras tanto, el tumor empezó a crecer nuevamente.


A la Der; punta del tumor asomándose por la boca

Yo estaba preocupado porque podía verlo mientras me cepillaba los dientes; abarcaba casi toda la luz de mi garganta y dejaba solo un pequeño espacio para pasar los alimentos, que rozaban con el tumor y me causaban dolor al comer. De noche, lo sentía crecer y moverse, como un ente maligno que existía de manera independiente, con su propia agenda y deseos, alimentándose de mi cuerpo y sometiendo la carne a su inmunda existencia.

Pero Dios hace las cosas bien, todo esto era necesario para que cuando llegara el día del tratamiento, todo estuviera controlado, yo no dirigí ninguno de mis pasos, todo apareció en el camino a medida que lo iba necesitando.


III


Por fin llegó el día en que hicieron la máscara para mis radioterapias, ésta se fabricaba a partir de una malla plástica muy caliente, que colocaban sobre mi rostro, y tomaba la forma de éste. Luego era fijada a una base que me apretaba hasta la asfixia.


Esa máscara era necesaria para inmovilizarme, pues recibiría un potente rayo nuclear, salido de un acelerador que parecía de ciencia ficción, y cuando lo encendían el suelo vibraba con la potencia de la máquina, mientras toda el área de radioterapia se iluminaba con luces rojas.


Acelerador Lineal para Radioterapias

Era intimidante, se movía casi 360 grados alrededor de mí, mientras la malla sujetaba mi cabeza a la mesa. Por otra parte inmovilizaban mis hombros, haciéndome sujetar dos asas que terminaban en unas cuerdas muy tensas ancladas a mis pies.

Nunca olvidaré ese jueves 27 de abril del 2023; fue la entrada a los Valles de sombra y de muerte. Como en toda entrada, todavía conservas la sensación de estabilidad y seguridad de tu paisaje anterior. Ves las diferencias pues las tinieblas ya se empiezan a ver, pero no imaginas los seres que se esconden en el sendero.


Me fotografié con todo el personal y hablé mi portugués bíblico (aprendí el idioma leyendo y escuchando la app de la Biblia en portugués), y ese mismo día documenté y publiqué en mi perfil de facebook mi victorioso inicio de tratamiento radical, y que Dios usaría para sanarme… Así lo había escogido Él.


En realidad a mí no me importa si Cristo escupe en el piso, hace barro y me lo pone en el tumor… Eso resulta tan ilógico e inverosímil como que un veneno poderoso y un rayo nuclear desaparezcan el tumor… Porque cualquier vía para sanarme que venga de Dios, es mi vía, esa es mi FE.

Pero si Cristo tuvo que pasar 40 días sin nada en el desierto, en su propio Valle de Sombra y de Muerte, yo no iba a ser la excepción. Con el paso de los días empecé a darme cuenta que las quimios junto a las radios eran un tratamiento terrible y radical. La fuerza de mi cuerpo desapareció casi inmediatamente y perdí el equilibrio.

Las primeras dos semanas me tocó ir en Onibus desde mi casa al FCECON, vivía a 500 metros de la parada del autobús, pero me tomaba casi media hora llegar hasta allá, porque caminaba como un anciano, hacía pausas durante el trayecto (pues me faltaba el aire) y me daban taquicardias. Luego me bajaba en el Hospital, a una cuadra, tomaba mi respectiva foto victoriosa en la fachada del hospital, e informaba a mis contactos en redes como iba la cosa…


MI esposa Darlis y yo, días antes del tratamiento

Debo ser franco en este punto: Yo hago uso de las redes para testificar la Gloria de Dios, pero todos debemos estar conscientes que es una elección muy personal hacer pública nuestra vida o no. Para la mayoría, mantener tu privacidad es lo más sano, y solo para quienes tienen una intencionalidad, es que puede ser útil este tipo de estrategias. De otra forma puedes caer en la vanidad, territorio casi invisible donde el enemigo se enseñorea de ti, construyendo su engaño alrededor de las redes sociales.


IV


Recuerdo una tarde en la que tuve una gran pelea con mi esposa Darlis, que no es cualquier mujer, es mi compañera fiel, mi enfermera 24/7, la que me acompaña desde hace más de una década en todos mis procesos de transformación… Esa es mi esposa.


Las peleas de pareja no son cosas que se deban contar en detalle, solo es necesario decir que la escaramuza fue producto de la explosión de más de un año de estrés, pues todas las frustraciones del año pasado se habían mantenido apretadas como en una olla de presión, y esa tarde la energía se liberó de repente.


Para que lo entiendas tendría que darte un breve resumen: El 15 de enero del 2022, mi madre tuvo ese derrame cerebral que la dejó en coma, esto sucedió mientras visitaba a su hermana Yelixa en Perú. Por su delicada condición nos costó 3 meses poder repatriarla, y aunque se recuperó casi en su totalidad, necesitaba una operación cerebral, que le gestionamos en Venezuela, pero una mala praxis médica le dañó el cerebelo, quedando en estado vegetativo durante 5 meses al cuidado de mi hermana y el mío.


La trajimos a casa y la pusimos en su habitación con tantas máquinas alquiladas que parecía una Unidad de Cuidados Intensivos. Lamentablemente fuimos testigos de cómo la muerte se la llevaba a pellizcos, hasta que un día Dios la recibió en su seno, y ella se fue volando con la suavidad con que lo hacen las mariposas.


Mi madre; Carmen Teresa Hernández P.

Carmen T. fue 3 veces diputada de Yaracuy, en una vida llena de amor por las causas sociales

Y en el interin de tanto sufrimiento, la mamá de mi esposa, la suegra más bella del mundo, la que me amaba como a uno más de sus hijos… Pues recibe el terrible diagnóstico de un agresivo carcinoma de estómago.


Mi suegra; Ramona Queralez

Todos en la familia luchamos para que se pudiera operar, pero lamentablemente, la poca atención que el Estado le brinda al sector salud mantenía los hospitales y sus quirófanos en pésimo estado, contaminados. A pesar de que compramos hasta el último suministro necesario para esa operación, de igual manera su cuerpo contrajo una bacteria mortal que le provocó un cuadro séptico después de la intervención.


Mi suegra Ramona en el entierro de mi madre, mi esposa, y uno de mis mejores amigos, mi cuñado Wilfrido Queralez

La muerte le sobrevino tan rápido que nos encontró a todos desprevenidos. A solo 20 días de su operación murió en la sala de emergencias del mismo Hospital Central de Barquisimeto que la operó, rodeada de sus hijos y nietos, bajo la luz de una videollamada con el resto de sus muchos hijos en el extranjero.

Y para cerrar el proceso de un terrible año 2022, después de enterrar a mi madre y un mes después a mi suegra… Mi otorrino me informa que mi supuesta amigdalitis crónica, (que yo creía haber desarrollado por el estrés de ocuparse de tantos asuntos al mismo tiempo…) No era una amigdalitis. Se trataba de un cáncer de garganta en etapa IV.

Esa fue la olla de presión que acumuló mi matrimonio en el año 2022.

Por algún lado debía reventar. Y lo hizo aquí en Brasil ese terrible día. No les diré las muchas cosas que nos dijimos, las hirientes conclusiones, los dolores y raíces de amargura que nos reprochamos mutuamente. Eso es secreto de pareja, pero puedo decirles que nos quebramos en pedacitos, y en nuestra perspectiva eran imposibles de volver a pegar.

Pero la intención de contar estas intimidades, es brindar el escenario para entender lo que sucedió después…


Esa noche me senté en el porche de la casa, con las luces apagadas, viendo mi porvenir teñirse de agrias desesperanzas. Y fue allí cuando tuve mi primer encuentro con las sombras del enemigo en pleno valle de sombra y de muerte.


Estaba sentado muy solo y acongojado. Y en medio de la oscuridad… “algo” caminó hacia mí, y pude sentir que desplazaba las tinieblas a su alrededor.


Se ubicó frente a mí en una mecedora donde descansaba mis pies, y los quité apenas intuí que se sentaría sobre ellos. Emanaba una malignidad escalofriante, pero para mi sorpresa no era un Demonio mefistofélico de cachos y pezuñas; más bien representaba el lado oscuro de la luna, otro Marco Gentile, proyectado delante de mí como el reflejo inverso de un espejo…

Tenía un rostro anacrónico y estoico, es decir, no podía distinguir sus emociones, solo esa mirada penetrante que conocía cada uno de mis temores y aspavientos. Su voz era la mía, su lengua hablaba en mi cabeza y nuestros pensamientos se cruzaban a una velocidad que no puede ser narrada.


Sostuvimos un diálogo en mi mente, mientras abordamos una barca en el seno de la imaginación, rodeados de miserias y fantasmas del pasado, que colapsaban en las aguas como montones de sapos, juntándose en un frenesí de cuerpos que luchaban entre sí.

- ¿Sabes cuál es tu valor? -me dijo mientras inclinaba la cabeza hacia un lado.

- Sí, lo sé.

- No te engañes: Tu valor pesa lo mismo que la vergüenza...


Sabía que no debía escucharlo, al Diablo no se le oye, se le reprende. Pero en este caso había logrado despertar mi curiosidad.


- ¿Por qué lo dices?

- Porque siempre has sido un mendigo del amor ajeno – e hizo una pausa para sonreír-…

Amas a las personas más de lo que amas a Dios, y no necesito ser el Diablo para saber que eso te pone de mi lado.


Él tenía un punto a su favor, reconocí en mi corazón que gran parte de mi vida había puesto a Dios en segundo lugar, detrás de las personas, o de los proyectos para proveer a los míos… Situando mi corazón en asuntos que bien pudieron ser resueltos después de “buscar primeramente el reino de Dios y su Justicia”.


Sin embargo, la mente de Cristo también era parte de mi nueva esencia, yo le había aceptado en mi corazón hace más de una década, y eso constituía el mejor escudo contra satanás.


- Muy bueno tu argumento, pero no es más que otra mentira bien camuflada. Quieres hacerme creer que yo determino mi valor, pero no es así; es Dios quien me ha asignado un valor desde la creación. Aunque yo no le ame, Él me amó a mí primero, tanto que envió a su hijo a morir por mí.


Esa verdad la había escuchado muchas veces, pero al decirla pude entenderla a cabalidad, en mi espíritu. Entonces reconocí un gesto en mi interlocutor que denotaba inseguridad, quizás algo de temor. Luego mi otro yo tomó aire, sonrió, y respondió.

- Aunque Dios te amara, cosa que no puedes probar… No es su amor lo que te salva; en teoría, es tu amor por Él lo que termina salvándote. Y que yo sepa, uno a quien ama no lo pone detrás de todas sus necesidades.

- La Palabra de Dios es inequívoca. Si yo confieso mi pecado y me aparto, seré perdonado. Pues confieso que siempre fui un necesitado: Busqué y no hallé, erré y corregí. Ni bien empecé a vivir, la muerte tocó mi puerta... La vergüenza ya no me lastima, porque vil y menospreciado soy por mi mismo. Pero aún confío en la soberanía de quien se dio a sí mismo para que yo viviera.

- Ya no te lastima el “qué dirán”, pero hay un agujero en tu mente, y por ahí he pasado muchas veces sin que lo notes... He construido un camino entre tú y yo...

El ambiente era denso y mi respiración muy débil, sentía que no podía llenar bien los pulmones. En un plano espiritual, podría compararlo con haber caído en un pozo de fango movedizo, una trampa escondida bajo la neblina en los Valles de sombra y de muerte.

Le había entregado mi atención al enemigo, y aunque estaba cubierto por la sangre y fe de mi Salvador, sabía que nunca debí prestarle atención a sus mentiras. Entonces supe lo que tenía que hacer… sólo una cosa me sacaría de ese punto muerto.

· En el nombre de Jesús, a cuya majestad obedeces, te ordeno que digas tu nombre...

Ese otro yo, que sonreía y me guiñaba un ojo, paró en seco de reír. Se inclinó hacía atrás con gesto de hastío y se meció en la mecedora.

· Me llamo Depresión.

- Muy bien, ya que te has mostrado… Depresión, ahora yo pregunto: ¿Sabes cómo me llama Dios?

Él ya no se reía, ni me miraba.

- Marco...

- No, Él me dice: "Eres la niña de mis ojos..." es decir, que soy la pupila en sus ojos; el centro de su mirada… así me ama Dios.

Mi otro yo se inclinó hacia mí, dispensando una mirada de encono.

- Evangélico maldito, no eres Cristo; ya volveremos a hablar...

Y así como vino, lentamente, se levantó y me dejó solo. Allí me quedé, mirando tras las rejas de mi porche como la noche se despejaba. Noté que mis mejillas estaban mojadas por las lágrimas, y volvió la sensación de debilidad que tenía en el cuerpo. Era hora de irme a dormir, so pena de desmayarme y empeorar las cosas.

Al entrar a la habitación, mi esposa estaba en la cama con la niña, pero no la puso en medio, sino que me dejó un espacio para que yo me acostara junto a ella. Lo hice en silencio, me arropé y le di la espalda. Sabía que ninguno de los dos dormía, y como mi costumbre era poner el celular a medio metro de mi almohada, sentí cuando llegó un mensaje.


Era de mi esposa. Mi corazón se sobresaltó y enfrió al mismo tiempo. Reuní coraje y lo leí… Me pedía perdón de la forma más hermosa que lo había hecho jamás. Mi alma vió el cielo por un instante, y entendí cómo usó Dios mi Fe, y aquella lucha donde puse a mi Salvador como escudo y espada delante de mí… se había convertido, como siempre, en la bendición añadida después de buscar primeramente a Dios.

No pude hacer otra cosa que voltearme y besarla repetidamente mientras llorábamos. Ya hablaríamos en la mañana de los problemas, pero esa noche, habíamos vencido al Valle de sombra y de muerte.

La mañana siguiente yo era otro. Hablamos bien de todos los asuntos y definimos nuestros puntos de vista con respeto y madurez, pactando poner a Dios y nuestro amor en primer lugar en cualquier situación. Nos perdonamos y seguimos adelante.


V


El tratamiento continuaba imparable, como un camión bajando una ladera inclinada, sin frenos.


Las quimios semanales eran de efecto acumulativo; no me había recuperado de una cuando ya estaba recibiendo la otra.

Sesión de Quimioterapia

Con cada sesión endovenosa sentía una mezcla de gozo con devastación; gozo porque en el FCECON lo primero que te encuentras es una Sala de Recepción de última generación, aire acondicionado, bella, limpia, ordenada, atendida por un centenar de funcionarios y personal médico, con pantallas, sistema automatizado de taquillas para que los pacientes y acompañantes gestionen sus asuntos y esperen su turno según lo indica el sistema, sentados en 500 asientos, dispuestos a manera de anfiteatro. Y frente a las pantallas, grupos musicales de adoración cristiana interdenominacional, espectáculos de entretenimiento, charlas, regalos, libros, comida para los que tienen hambre…


Salón de recepción Fcecon

Y al mismo tiempo podía ser testigo de la devastación, porque mi cuerpo fallaba en el fragor de la lucha contra los químicos que abrían las células de mi tumor, al tiempo que la radiación freía esos tejidos, pero quemándome la lengua, la garganta por dentro y por fuera, siendo víctima de dolores que me hacían gemir lastimeramente.


Y mientras más iba, más conocía a los pacientes con otras enfermedades oncológicas que estaban en distintos grados y dificultades. Con algunos de ellos hice mi grupo de amistad y predicación…

En muchos casos la enfermedad había avanzado tanto en mis colegas que mis efectos secundarios eran tibios comparados con sus luchas, en cada uno de nosotros brillaba el deseo de vivir, pero al mismo tiempo el dolor y el desvanecimiento inclinaba nuestras sonrisas, desdibujándolas en una mueca de tristeza.

La sala de quimioterapia era mi lugar más temido, aunque era allí donde también me gozaba con los hermanos de múltiples iglesias, que llevaban sus guitarras y cantaban hermosas canciones en portugués. Yo las conocía en español y las cantaba en “portuñol”.

Comencé a desvelarme en las noches. El problema principal era que dejé de producir saliva y debía hidratarme cada dos horas. Me hubiera gustado poder olvidarlo y seguir durmiendo, pero resultaba imposible; mi lengua y las paredes de mi garganta se secaban, causándome un dolor que me despertaba repentinamente, y entre quejidos y carraspeos tomaba mi botella de agua para apagar el fuego que me consumía la boca y el esófago.

Al llegar la mañana estaba cansado y debía comer licuados que sabían a pus salada (En realidad todo sabía a pus con sal, porque las papilas gustativas se alteran por las radios). Y luego de tomar un montón de medicamentos, bañarme entre náuseas y mareos... Con todas esas pequeñas tareas, se me hacían las 10 de la mañana, y debía tomar mi Onibus para ir al Fcecon.

Mi esposa y yo habíamos decidido que la niña estudiara en una escuela municipal que estaba a 2 kilómetros de casa, para que así se integrara a la cultura e idioma, eso nos serviría para alejarla del ambiente del hospital, y evitarle el trauma de ver la extraordinaria cantidad de enfermos oncológicos, muchos de ellos en lamentables condiciones.


Si yo no llegaba a sobrevivir, y partía con Dios, quería evitar que mis últimos tiempos quedaran en su memoria como esas salas de espera llenas de gente moribunda… Yo deseaba que ella viera mi lucha y recuperación, pero que no fuera testigo de las agresividades del proceso.

De modo que Darlis se ocupaba de llevar a la niña muy temprano a clases, y buscarla a las 11 am, y esos tiempos chocaban con mi salida al tratamiento, por eso iba solo al hospital. Además las radioterapias eran rápidas, e ir y venir solo me tomaba tres horas, a excepción de los días que tuviera otras citas médicas en conjunto.

Pero con el paso de los días y las sesiones de quimio cada jueves, la fuerza se fue desvaneciendo, las taquicardias aumentando, se me ennegrecía la vista y hacía largas pausas en mis viajes al hospital. Empecé a hacer uso de las sillas de ruedas y camillas que había en los pasillos, dispuestas para que los pacientes que se sienten mal esperen en ellas hasta ser atendidos.


Sillas de ruedas dispuestas para los pacientes

Yo podía darme cuenta que estaba en un Valle de sombra y de muerte, pero para nada era un desierto.


Entre la neblina del sufrimiento, los efectos colaterales del tratamiento, habían herramientas, personas y situaciones donde la enfermedad era supremamente atendida, y lo mejor: A tiempo.


Ya no debía correr tras mis medicamentos, tras mis exámenes, no era necesario perseguir a los médicos, pagar y pagar… Aquí, si no era suplido por el Hospital, entonces acudían a mi auxilio los hermanos de la iglesia.

VI


Recuerdo un día en que ya no podía más… Era un lunes; había llegado al Fcecon con mis últimas fuerzas, pero sabía que luego de mi radio, en el camino de vuelta me desmayaría.


Ese lunes vi el trayecto como rodeado de fantasmagóricas apariciones, sentía demasiado pesada la mochila negra que me compré para llevar mis cosas y documentos. Su pequeño peso me hacía inclinar de lado aunque estuviera casi vacía. Entonces decidí dejar a un lado mi orgullo y pedir ayuda para que un hermano me rescatara y me llevara a casa.

- Oi irmão, tudo bem? -Le dije-, eu preciso de ajuda. Estou no Fcecon.

No tuve que explicar nada, inmediatamente mi hermano Glauco me interrumpió.

- Abençoes irmão, aguarde ahí, vou pra lá neste momento.

Al llegar, me subió a su carro y condujo silenciosamente el primer trecho del camino, pero llegó un punto en que no pudo resistirse y tomó una gran bocanada de aire.

Traduciré nuestra conversación:

- Hermano, quiero decirte algo muy importante, debes saber que puedes pedirme ayuda cada vez que lo necesites… somos Uno, hermano… Yo soy uno contigo.

En medio del Valle de Sombra y de muerte, este hombre aparecía como un ser de luz, como esos personajes sin nombre que intervienen en la Biblia y son descritos como “ángeles” que envía el Señor a sus hijos en momentos coyunturales. Mi corazón se enterneció de tal forma, que brotaron dos gigantescos y vergonzantes lagrimones, que cayeron casi sonoramente sobre la mochila que llevaba en las piernas. Entonces le respondí sin reprimir mi llanto.

· Hermano, soy un hombre muy organizado, he estado dosificando los favores, para no agotar a nadie. Así cuando esté en una verdadera emergencia, o la situación empeore y supere mis posibilidades, siempre tenga a quien recurrir. Por eso no te había dicho nada hasta ahora, pues estaba esperando llegar a mi límite, y creo que hoy llegué.

Mi hermano Glauco respiró, clamó dolorosamente al Señor, y me miró con ojos brillantes, se notaba que contenía las ganas de llorar.

- Hermano, no es así; nosotros estamos orando continuamente por ti. Tú no estás solo, cuenta conmigo, no sabía que estabas padeciendo así para ir a tu tratamiento; desde ahora en adelante te llevo y te traigo, y si no puedo… te pago el Uber. ¡Hasta hoy padeciste amado! ¡Descansa en el Señor!

Sus palabras me sacaron un gemido, fue como un descanso de tantos dolores. Las tinieblas se desvanecían gracias a la luz de Cristo que emanaba de este hermano.


Del suelo gris emergía agua viva, humedeciendo mis agrietados pies, y por donde íbamos pasando, el sendero de Valle de Sombra y de muerte se iluminaba y reverdecía gracias a la compañía de este hombre lleno de luz.

De ahí en adelante mi situación mejoró mucho, aunque los efectos secundarios eran los mismos, mi proceso era menos agotador y tenía más tiempo para hacer las cosas con calma. El hermano Glauco era hombre de trabajo, muy ocupado, no podía llevarme él mismo a todas mis sesiones, pero cumplió su palabra al pie de la letra, y transfería semanalmente a mi cuenta bancaria todo el dinero necesario para el pago de los Uber.


Mis hermanos Pastor Cesar, Joaquim, Marcel, Mario, Glauco y David

Algunas veces, algún médico me recetaba unas medicinas y estas se habían agotado en la farmacia gratuita del Fcecon, entonces debía comprarlas de manera particular. En esos momentos acudía a mi auxilio la iglesia nuevamente, no sé quienes eran los involucrados en ofrendármelas, pero sí conocía los promotores y artífices de la ofrenda: Mis pastores Cesar y Ruiana, y la hermana Inalí.



Sabía que ellos habían constituido un grupo que anónimamente me las compraba, y me las enviaba con el rostro afable y bonachón del pastor, que se dedicaba a rastrearlas en toda la ciudad y llevarlas hasta mi casa para que no me faltara ninguna cosa que aliviara mi condición.


Además también era acompañado de cerca por los cuidados y diligencias de la familia Honorato; Doña Mosa, Meyre y David, Estela, Cilene, Omar, Marcelo e Idal. Cada uno me cuidaba de manera distinta, resolviendo problemas que yo no decía, pero ellos se dedicaban a investigar cuáles eran mis necesidades para suplirlas.


La familia Honorato celebrándole su septimo cumpleaños a mi hija Sara

Por eso puedo asegurar que, con Cristo, no se está perdido en los Valles de sombra y de muerte. Hay una brújula, solo debes tener paciencia y transitarlos con la mirada puesta en el creador y consumador de la FE.

Estar en un país con idioma, cultura y personas desconocidas no es un escenario tranquilo para un inmigrante que se vino con familia y solo 600$ en el bolsillo. Pero ese no fue mi caso, parecía que, en medio del tratamiento agresivo, yo estaba rodeado de una familia amorosa de larga data. Ya no me estresaba lo que iba a pasar, solo tenía que vivir el proceso y aprender a abandonarme en Dios, cosa que jamás había hecho por completo.



Eso aprendí con esta enfermedad; que por mucho que un hombre tenga buenos planes, solo el soplo de Dios impulsa las velas de su barcaza. Así que si un día estás en una situación como esta, no desesperes, no cometas el error de precipitarte con locura… Dios nunca te abandona.


VII

De Dios venía el 99% de mis bendiciones, yo solo tenía que hacer ese 1% que me tocaba, así que me dediqué a cumplir las indicaciones de los médicos al pie de la letra y a sufrir en silencio las consecuencias y efectos de las quimios y radios.


Me gustaría decir que las aguanté con valentía, pero la verdad es que eran un ataque múltiple y en todas direcciones…

Me era imposible concentrarme en un mal síntoma sin que otros me acosaran al mismo tiempo. Sufría mucho de dolor; tenía quemaduras de segundo grado en la piel de la cara, cuello y clavículas, y eso era lo que podía verse por fuera, porque las paredes internas de la boca, lengua y garganta estaban en peores condiciones, pues allí era donde llegaba la radiación.


Los calmantes me aliviaban un poco, y oraba mucho con mi esposa para aguantar lo que no… Pero el mareo, las náuseas y la debilidad se sumaban a todo aquello para complicar el proceso. Comer me tomaba más de una hora, pues entre el dolor para tragar, el sabor a pus y las náuseas, convertían aquello en una tortura; las primeras 4 semanas bajé 10 kilos de peso, y tenía problemas intestinales muy serios…

Sin embargo, lo difícil no eran los días, que mal o bien lo pasas con tus familiares, amigos, doctores, mujer e hija, y hasta hablando con amigos de mi país. Para los pacientes como yo lo difícil son las noches; cuando todos duermen y tu cuerpo también quiere hacerlo, pero la sintomatología no te lo permite.

Son largas horas de soledad, en las que sabes que todos están cansados, y no puedes despertar a tu mujer porque sabes que la pobre ya no puede más, e intentas dejar que la gente duerma tranquila.


Allí aparecen los pensamientos y recuerdos que te torturan.

Como el deseo de que mis dos hijos varones me hablen más seguido, a sabiendas que el culpable de eso fui yo, por ser un padre ausente en mi primer matrimonio, y eso derivó en un divorcio que los marcó para siempre.

No importa quién se portó mal, quién hizo, quién no hizo, quién traicionó a quién. Ambos padres que se divorcian deben saber que no hay forma de que los hijos pasen por eso sin ser salpicados.


A veces los errores se cometen después del divorcio, cuando los hijos más te necesitan y tú estás pensando cómo rehacer tu vida. En mi caso yo no estaba con Darlis cuando se dio mi separación, pero en muchos casos son las relaciones sentimentales de las parejas separadas las que terminan convirtiéndose en excusas para una guerra entre padres que perjudica a los hijos.


Última foto con mi hogar completo, año 2018

A mí me pasó luego, ya siendo cristiano, cuando Dios por ventura me dio una segunda oportunidad y conocí a mi futura esposa, no pensé que mi ex esposa lucharía de tal forma para sacarme de la vida de mis hijos… Y de cierta manera yo lo permití, actuando con tibieza cuando debí perseverar hasta lo último, para que ella no me prohibiera estar con ellos. Pero estaba saboreando las mieles de la felicidad, con o sin justificación, pensé un poco en mí más que en Ludovico y Nikolai.


Mi hijo Ludovico, 22 años, actualmente en Chile

Así es como te conviertes en víctima del Valle de sombra y de muerte; pensando en cosas tales mientras tu cuerpo colapsa. Los recuerdos de cada error cometido en la juventud, la inmadurez, los vicios del viejo hombre… Todo ello te apunta en medio de las tinieblas y cada error garrafal aparece como una escena mefistofélica, interpretándose en varios escenarios, bajo reflectores de culpa que iluminan tu torpeza y egoísmo en la oscuridad.

Aunque no fui un padre totalmente irresponsable, sabía que lo fui en un plano que a ellos les afectó de gran manera:


El Padre cristiano y arrepentido no era parte integral de sus vidas, sino de otro hogar. Tuve otra hija, Sara Valentina, a la que crié de distinta forma, en medio del amor y los principios sólidos sobre la roca. Y aunque intenté hacer todo lo que pude para equilibrar el amor y cuidado entre mis tres hijos, puedo imaginar que Ludo y Niko siempre se sintieron como el producto de un ensayo.


Mi hijo Nikolai, 16 años, actualmente en Chile

Para ellos yo los dañé aprendiendo a ser padre, eso lo sé.

Ya hace mucho que les pedí perdón, e incluso ellos ni me tocan el tema, pero no lograba que respondieran mis mensajes o llamadas, salvo cada 3 o 4 meses que me regalan una respuesta o atienden una llamada.


La crisis venezolana y mi incapacidad para garantizarles un futuro mejor los obligó a emigrar a Chile.


Ludo me ha dicho que me ama, y Niko también, pero cada uno a su modo, me han confesado que no está en ellos llamar a nadie, ni expresar cariño. Se han convertido en ermitaños tecnológicos, tanto es así que ni la madre, que vive allá con ellos, los ve muy seguido.


Con estos pensamientos mi corazón se entristecía en las madrugadas, pensando en que posiblemente mis ojos no volverían a verlos.


Lo peor de esta situación, es su carácter inconcluso, pues son cosas que no dependen ya de mí, sino de Dios, Él es el único que puede restaurar mi relación con ellos, y hasta el día de hoy sigo orando y esperando en Cristo Jesús.


VIII



El tratamiento avanzaba, yo me debilitaba y los síntomas de las quimios y las radios se iban acentuando cada día. A medida que mi cuerpo menguaba también lo hacía mi sonrisa, cosa inaudita, ya que desde niño se me ha caracterizado por ser una persona risueña, que a todo le busca el lado positivo. Pero en esta época el dolor se adueñó de todos mis momentos, si la molestia no provenía de uno de mis sistemas vitales, lo hacía de otro, a veces de manera concurrente.


Mis intentos por sonreír se volvían mecánicos, un gesto mal actuado, y la verdad de fondo es que el padecimiento corporal te nubla la mente y ocupa una gran parte de tu conciencia.


Me dejé atrapar por un espiral de decaimiento terrible, como no tenía energías, me movía poco, como me movía poco permanecía acostado en la cama o en la hamaca gran parte del día, interrumpiendo el descanso solo para ir al tratamiento diariamente, y a pesar de que iba en uber, regresaba demasiado cansado como para hacer ninguna actividad, y volvía a mi postración.



Mi voz se fue, y tratar de hablar me causaba dolor, así que entré en un ostracismo, es decir, un mutismo que deprimía a todos a mi alrededor; mi tía y mi prima no sabían cómo manejar mi deplorable estado y se dedicaban a orar y hacer diligencias por mi. La pobre de Darlis se veía cansada, colapsada de tanto atenderme, ver por las cosas de la niña, la casa, la escuela…


Yo compadecía a mi pobre esposa, la carga era demasiada, pero como mi situación era tan compleja, me limitaba a mirarla con ojos de amor, besarle las manos cuando me daba atenciones, y guardaba mis palabras cargadas de dolor para hacerle escuchar un “gracias” y “te admiro”, o “no podría sobrevivir sin tí, le pido a Dios que me dé la oportunidad de salir de esto para hacerte feliz”.


La niña era otro asunto, ella vio a mi mamá con todo el aparataje, a su abuela la vio enfermar también, y cuando me vio a mi, en lugar de ponerse triste… se bloqueó, ensimismándose de forma tal que mi ostracismo parecía un discurso de apertura delante de su mutismo. Pasaba horas jugando sola y me evitaba a toda costa, era como si estuviera preparándose para mi muerte.



Lamentablemente, llegué al punto en que la comida no me pasaba por la garganta, ni el agua, incluso era doloroso tragar saliva. Hacía grandes esfuerzos para comer, porque los pacientes que perdían el 10% de su peso corporal les metían una sonda nasogástrica para alimentarse por la nariz, con una dieta líquida que poco a poco los iba transformando en una fruta seca como una ciruela pasa.


Si tienes cáncer, come, oblígate si no quieres, porque la mala alimentación es un factor mortal.

Lo veía todos los días, y aunque era suficiente para comer con dolor y mucha fuerza de voluntad, y me sirvió incluso para tragar las cremas licuadas que me hacía Darlis, no fue suficiente motivación para que yo comiera y bebiera las cantidades de alimento y agua necesarias para que mi cuerpo no colapsara durante el tratamiento, y eso fue justo lo que pasó.


Llegó el punto en que Darlis y la niña tuvieron que empezar a acompañarme al hospital, porque necesitaba un apoyo para caminar, y los días jueves, en los que tenía quimioterapia y radioterapia a la vez, mi tía Yanis se llevaba a Sarita a su trabajo para que Darlis y yo pasaramos todo el día recibiendo los tratamientos.


Y un jueves, específicamente el de la séptima y última quimio, cuando estábamos por entrar a la sala de quimioterapias, empecé a sentirme muy mal.


Mis valores sanguíneos estaban por el suelo, lo sabía porque todos los miércoles me extraían sangre en el laboratorio del Fcecon y los resultados del día anterior no eran nada alentadores: Hemoglobina en 8, sesenta mil de plaquetas, (cuando el valor normal es de ciento cuarenta mil), las funciones del hígado y el riñón, TGO, Creatinina y Urea estaban alteradas… Y mi corazón parecía una batería de rock, sonando aleatoriamente a un ritmo descompasado.


- Amor, estoy viendo oscuro -le dije a Darlis, y eso fue lo último que recuerdo.


Abrí los ojos y el guardia de la recepción me llevaba a toda prisa en una silla de ruedas, mi esposa corría junto a nosotros con un gesto de preocupación. Me conducían por una red de intrincados pasillos blancos para terminar en una puerta de doble ala que comunicaba el ambulatorio con emergencias. Allí me registraron, colocaron una cinta de hospitalizado en la muñeca y me pasaron a un consultorio, en el cual una mujer de rostro impasible me miró con curiosidad.


- ¿Qué tiene? - preguntó en portugués.


- Se desmayó antes de entrar a Quimio - le respondió mi esposa.

- ¿Es su primera vez?

- Lleva 4 en Venezuela y 6 aquí en Brasil - aclaró mi protectora.


Yo estaba en una especie de asombro contemplativo, podía entender lo que estaba pasando, lo que estaban diciendo, pero no tenía ganas ni voluntad de hablar. Ella hizo más preguntas de rutina para saber mi condición y en qué etapa del tratamiento estaba en ese momento, pidió mis exámenes sanguíneos, y mi esposa le dijo que se habían quedado en la sala de quimioterapia porque la crisis aconteció justo antes de entrar a recibir la dosis.

- Pero tú dime ¿Qué sientes?

- Doctora, yo vengo avisando que las quimios me están causando problemas, pero creo que mi debilidad y taquicardia son causadas porque no puedo alimentarme y beber suficiente agua.


En ese momento el mareo retornó, les avisé que me estaba sintiendo igual, que estaba viendo oscuro, pero la doctora continuó hablando tranquilamente. Yo empecé a ladear la cabeza, me pesaba mucho, el aire me faltaba. Y se bajó el telón.


Lo próximo que escuché fueron algunos llamados a gritos, y la doctora preguntándome “¿Le duele el pecho, no siente una opresión?”. Yo le dije que no, y me tomó junto a tres personas uniformadas de trajes quirúrgicos y me llevaron a una sala de Reanimación de código rojo. Eso fue lo que pude leer en la puerta de entrada.


Darlis miraba a una distancia de tres metros con los ojos inyectados de lágrimas, y los médicos se veían realmente preocupados.


Una doctora me bajó la bermuda y me clavó una gran jeringa en la ingle, yo entendí que estaban buscando mi arteria femoral. (Lo sé por mi cercanía con tantos familiares médicos, y porque también se lo hicieron a mi mamá).


Lentamente empecé a recuperar mis capacidades intelectuales y noté que tenía todo el aparataje de reanimación y monitoreo pegados al pecho. La cama y las máquinas a mi alrededor eran las de una sala de cuidados intensivos. Los sonidos, y aparatos me hicieron recordar el estado de mi madre y aquellos tiempos en que la atendía, ahora yo estaba en su lugar, y me sentía tan indefenso, tan próximo a la muerte como lo estaba ella…



El día anterior me habían puesto la tan temida sonda nasogástrica, yo pensé que me aliviaría porque ya no tendría que empujarme dolorosamente los alimentos, pero en lugar de eso me causaba un dolor continuo en la garganta porque me rozaba en las paredes del esófago, que ya estaban heridas e hinchadas por el efecto de la radiación, además, por ser un objeto extraño dentro del cuerpo, se duplicaron mi flema y secreciones.


Imagino que el cuadro que yo proyectaba era deplorable y de pronóstico reservado. Noté que Darlis salió y entró a la UCI mi tía Yanis, traía los ojos rojos de haber llorado y me tomó la mano. Se me escapó una lágrima mientras apretaba sus dedos, y ella me miró con ese gesto que se le da a la gente moribunda.

- Le dije a Darlis que se sentara un ratito allá afuera para que se calme - dijo pedagógicamente.

- Hiciste bien -le dije.

- Llamé a David -me dijo refiriéndose a mi amigo el Dr. David Saaback, que trabajaba en el Fcecon y consiguió mi ingreso al sistema del hospital- Él me pidió que le pasara el teléfono a la doctora que te está atendiendo y se pusieron de acuerdo en todo, así que puedes estar tranquilo.


En ese momento entró un enfermero con una silla de ruedas y me preguntó si podía levantarme de la cama, descubrí que podía y me senté en la silla. El hombre me empujaba nuevamente por los pasillos y esta vez me acompañaba mi tía. Entramos a una sala y había un tomógrafo donde me hicieron una tomografía sin contraste. Mi tía estaba nerviosa con tanta tecnología pero yo estaba tranquilo porque ya estoy muy familiarizado con todo tipo de maquinas medicas que parecen salidas de Star Trek.


Después de allí retorné a la sala de reanimación, me pusieron vías endovenosas, suero, y me comunicaron que recibiría una transfusión de sangre y otra de plaquetas ese mismo día, porque los conteos que aparecían el miércoles habían caído drásticamente para el día jueves, y eso resultaba peligrosamente extraño.


Fue un día difícil, las transfusiones fueron lentas y la alimentación por sonda era un goteo continuo que me ahogaba, el frío era demasiado intenso y yo estaba en bermudas y franela. Gracias a Dios Meyre, la esposa de David, fue hasta nuestra casa y me trajo cosas como un cobertor y comida para Darlis.


Y todavía hay gente que no cree que Dios envía ángeles en medio de la adversidad.


Gracias a Dios no fue una hospitalización larga, la sangre y las plaquetas hicieron su efecto y la misma noche de ese jueves me dieron de alta. Claro que no estaba totalmente recuperado, pero consideré que era mejor así; el ambiente de hospital podía ser mucho más peligroso para mi, así fue como mi mamá obtuvo la bacteria que le causó varios cuadros sépticos, y por último la muerte.


Llegué a casa en medio de las anécdotas de triunfo y vitoreos de la comunidad cristiana, que se había activado en largas e internacionales cadenas de oración.

- Toda la iglesia estuvo comunicándose amor -me dijo mi esposa-. Los de Venezuela, los de Brasil, Colombia, Perú, Argentina, mi familia, tu familia, tus amigos, todos estaban orando por ti.


Yo revisaba la centuria de mensajes de texto que me mandaban con palabras de aliento y de fe. Pero todavía era presa de los síntomas de la quimio, radio, y ahora se le sumaba una serie de síntomas que causaba la sonda nasogástrica. De modo que no me sentía en condiciones de contestar. Sin embargo, hasta el día de hoy le doy gracias a Dios por toda esa gente que desde el principio está rogando por mí, en su lugar santo, y hace que suba hasta el Señor el clamor por mi vida.


IX


La noche que me dieron de alta marcó otro punto de inflexión en mi proceso.


Serían como las 2 o 3 am, cuando por fin el cansancio venció a los síntomas y tuve un sueño que no puedo calificar de otra cosa sino como un evento espiritual:


Yo estaba en mi casa materna, la de mi infancia, en la ciudad de Chivacoa. El ambiente era muy pesado y grisáceo… La casa estaba completamente vacía y yo me encontraba muy cerca de la entrada. Era de noche.


Vi que a pocos pasos de mí estaba mi suegra Ramona, arrodillada, con las manos juntas, en actitud de sentida oración. Apretaba los ojos y movía los labios de manera rápida y gesto de preocupación.


Su estampa tenía algo sobrenatural, como si la descubriera entre fogonazos, acompañados de un ruido atronador pero ahogado en la lejanía.


Tenía la conciencia de que mi suegra había muerto, pero no la sensación de que estuviera soñando. Todo era tan real, inclusive, más real que la propia realidad. Los colores y sonidos eran más intensos, el olor a tierra mojada, la sensación de un terrible frío me embargaba…


En uno de esos fogonazos la vi abrir los ojos y esbozar una mueca de urgencia. Comenzó a llover dentro de la casa y el piso se cubrió de agua como de un palmo de espesor. Podía sentir las gotas de lluvia resbalando de mi cabeza y el sonido del aguacero en un millar de golpes sobre el techo de asbesto.


Las ventanas de la casa se abrieron y entró una ventisca húmeda que sonaba como un tornado, y gracias a que los vientos iban cargados de agua, pude apreciar cómo se formaban remolinos dentro de la casa, golpeando las paredes.


Vi que mi suegra se puso de pie, mirando hacia arriba, como si buscara algo que estuviera caminando por el techo. Empecé a sentir un miedo que jamás había experimentado.


Bajé la mirada y noté que ella tenía en las manos una correa de cuero, doblada a la mitad. Y en seguida apretó la correa para terminar dando un fuerte correazo a la pared.

- ¡Qué es lo que pasa pues! - Gritó con aquella voz de anciana de campo, regia, que yo recordaba.


E inmediatamente se escuchó en el tejado un desgarrador grito andrógino, es decir, que no era de hombre o mujer.


La lluvia se intensificó dentro de la casa, había techo, pero las gotas nacían después de él. Los vientos arreciaron y yo estaba completamente erizado y paralizado; al igual que me había sucedido en la mañana con la doctora; solo podía ver y escuchar, como un espectador de su propia muerte.

- En el nombre Jesús - Dijo mientras levantaba aguerridamente la correa hacia el techo- Te me vas en este mismo momento - y dio un segundo, pero más fuerte correazo a la pared.


Es muy difícil describir con palabras lo que pasó, pero haré un esfuerzo:


Fue como si la casa se sacudiera y se moviera repentinamente hacia atrás, y en el techo se sintió como cuando un camión de grava descarga las piedras y estas se deslizan por el metal hasta que caen al suelo.


Y mientras ese sonido infernal se reproducía, la presencia de aquella entidad maligna creció abarcando toda la casa y su manta rasgada deslizó sus jirones sobre el techo.


Al mismo tiempo, mi cuerpo experimentaba esos movimientos, pues a medida que la cosa se movía, un escalofrío me recorría desde la punta del talón, pasando por las piernas, espalda, hasta llegar a la nuca.


Un alarido parecido al rechinar de metales invadió el ambiente y sentí como aquello salió expulsado hacia el frente de la casa. En su violenta retirada dejó tras sí un olor que no puedo comparar con ninguna cosa creada, y mi suegra apretó de nuevo la correa y se dirigió a la puerta de entrada, la abrió, y pude ver que en la calle se desataba un furioso diluvio. Ramona salió en persecución de la entidad y cerró la puerta tras sí.


Yo me quedé desconcertado, mirando la perilla de la puerta. Todavía llovía dentro de la casa y sentí mucha curiosidad por ver a dónde había ido mi suegra. Entonces abrí la puerta y al pararme en el dintel vi que algo oscuro (muy oscuro) se acercaba volando hacia mi a gran velocidad.


Intenté cerrar la puerta, pero esa cosa fue más veloz que yo, entró en la casa, dio media vuelta en el cielo de la sala y me tomó por la muñeca derecha.


Era una especie de humo negro con forma semihumana, que inmediatamente se apoderó de las células de mi brazó y sentí como succionaba la esencia vital que había dentro de mi.


La vida se terminaba. Era el fin, esta cosa me halaba hacia el Seol al tiempo que me mantenía paralizado.


Pude intuir que era un sueño, pero que mi cuerpo real estaba pasando por otra crisis de salud en la cama mientras dormía.

- ¡Jesús, socórreme…! ¡Amado, sálvame! - alcancé a decir con las quijadas entumecidas.


E inmediatamente vi que una mano, quizás parecida a la de mi suegra, me haló por el codo y me desprendió de aquella pestilencia. Una vez separada, la cosa se retrajo en sí misma, dió un alarido y salió huyendo de nuevo. Desperté.


Dejo para los hermanos intérpretes de sueños, el análisis a nivel espiritual de los significados de mi sueño. Pero lo que yo sentí, la impresión que me provocó y lo que mi humilde discernimiento me indica es que fue un aviso.


Yo lo entendí como un mensaje:


“Aún no estás listo para partir… Así que ordena tu casa para que no llegue ese día y la encuentre como está”.


El que fuera mi suegra quien me salvara; una persona que ya partió, y lo hizo en santa paz, después de una vida piadosa y devota… me decía claramente que la salvación no vendría por mi razonamiento, ni las acciones que estaba tomando, aunque después de una década de transformaciones, yo estuviera contento con lo ordenada que tenía mi vida...


Más bien, mirando a mi suegra, una persona sencilla de corazón, que amó siempre la Palabra y mantenía una confianza absoluta en Dios, en todo lo que hacía, eso me informaba a gritos que yo tenía problemas de fe, como Pedro.


X


Durante mucho tiempo tuve la vana tendencia de “ayudar” a Dios a hacer cosas por mi. En otras palabras, confiaba en mis propias fuerzas. Y lo más vergonzoso es que estaba plenamente consciente de ello, y pedía perdón en mis oraciones por esa necesidad de control, pues sabía que en el fondo es un insulto a la Fe, pues estaba diciendo -con hechos- que no confiaba en mi Dios.


Tratar de entender por qué Dios hace las cosas, del modo cómo las hace, es algo que supera nuestro entendimiento. ¿Por qué Dios me sanaría en el orden y modo que yo lo imaginaba?

Dios opera de forma sorprendente, basta con recordar que Cristo le devolvió la vista a un ciego, escupiendo el suelo y haciendo un poco de barro…


La condición “sine qua non” que Jesús le pidió para sanarle, era la Fe. Le preguntó al ciego si creía, él dijo “Sí” y su milagro fue hecho.


Dios no quería mi sesudo entendimiento, no quería mi santidad, quería mi corazón.


Y era allí donde mi fe flaqueaba, miraba mi cuerpo descendiendo, y se sentaban junto a mi, en el suelo, los amigos de Job, que en mi caso eran mis propios pensamientos: Pasaba horas relacionando mis síntomas con procesos degenerativos, y construía largas cadenas de cómo la enfermedad avanzaba y las complicaciones técnicas y logísticas que harían empeorar las cosas.


Mientras tanto, despotricaba de mi mismo, culpándome por todo. Y los pensamientos, sentados a mi alrededor como los amigos de Job, me hacían creer que mi condición se debía a que había pecado en mi… Y por eso no podía alcanzar la misericordia de Dios.


Intentaban probar que todo procedía y terminaba en mi propia maldad, porque el justo siempre vivirá bajo la sombra del Omnipotente, y a diferencia de mi, su raíz no será conmovida.


Gracias a Dios que la Biblia siempre viene a mi rescate, y leyendo en la iglesia me topé de nuevo con el concepto de Cristo como el “Sumo Sacerdote”, pues su sacrificio pagó de una vez y para siempre el precio de nuestros pecados, convirtiéndose en el mediador entre Dios y nosotros. Por eso la gracia y el perdón siempre estarán a nuestro alcance.


Ya no se trata de sacrificar ganado ni aves, ni de un templo, porque la Biblia toda se cumplió en Cristo, que hace las veces de templo, porque en Él reside el Espíritu de Dios; de Sacerdote, porque también es humano que interviene para mediar con Dios; de Ofrenda y Sacrificio, porque entregó su propia vida para pagar nuestra deuda y por último, de Camino, porque su sacrificio y deidad constituyen el puente para llegar al Padre.


Sin Jesús, haga lo que haga, no tengo amistad con Dios.


Por mucho que yo me consideraba un creyente despreciable a mis propios ojos, adicto al control de mi vida, que guardaba rencores con personas de mi pasado, que se me iban los ojos tras la figura femenina, y que muchas veces me veía a mi mismo como un sepulcro blanqueado, reprochándome tales cosas todas las noches y mañanas en mis oraciones…


Por mucho que todo eso era cierto… Dios tenía suficiente perdón para borrar, cada noche y cada mañana, todas esas rebeliones. Esa fue la primera verdad que vino a rescatarme, fue mi primer milagro, porque no la creí en mi mente; la acepté en mi corazón.


Fue el perdón de mi mismo.


Sin perdonarse es imposible perdonar. Solo cuando entendemos todo lo que se necesitó para que Dios nos perdonara, solo cuando ves la Obra de Cristo, es cuando entiendes que tus rencores no son más que necedades, y es más fácil, incluso, perdonar a quienes te han herido.


XI



Mientras yo estaba en la cúspide del tratamiento, las luces de mi reavivamiento rompían las tinieblas del valle de Sombra y de muerte que se habían adueñado de todo mi entorno.


También sabía, -y eso me ayudaba mucho- que mis amigos en Cristo, familia y los hermanos de distintas iglesias seguían orando por mi.


Y un día recibí por whatsapp una nota de voz de mi hermano el pastor Catarí. Contenía una oración muy sentida y profunda, que tenía mucho que ver con la tormenta espiritual que yo estaba pasando. De alguna manera él sabía que yo estaba en el suelo, vestido de cilicio, cubierto de ceniza y sentado con mis adversarios. Más su mensaje era de resuelta victoria, incluso me contaba cómo en su iglesia había celebrado mi recuperación.


La oración era poderosa, una inyección de fe, y justo como la Biblia lo indica, que “La Fe viene por el oír; el oír la Palabra de Dios”, se estaba cumpliendo en mi la segunda verdad que aprendí:


No busques salir solo del fondo del pozo.


No cualquier persona es la indicada para ayudarte con un gran problema, pero Dios siempre tendrá la misericordia de poner en tu camino a la persona correcta, en la que puedas confiar y que tenga el don de hacerte ver otro ángulo en tu vida, acercándote a Cristo y por tanto a Dios en el proceso.


Este hermano fue quien me ayudó a decidir mudarme a San Felipe en medio de la pandemia. Yo le conté que había una oportunidad allá pero que yo tenía mi casa y negocio en Yaritagua, y no sabía si dejar todo atrás.


Me dijo que sentía que mi familia (madre, hermana, tíos) me necesitaban, que aparte de llevar mi empresa editorial a una ciudad más comercial, de mejorar mi vida, como se estaba proyectando… Aparte de todo eso, había una misión que Dios tenía para mí, para la salvación de mi madre, de mi hermana y para ayudar a mucha gente.


Y justo así sucedió, trabajé, sí, pero mi madre tuvo su primer ACV apenas dos meses tras mi llegada. Mi tía enfermó y murió de covid.


Todo eso bajo mi responsabilidad, pues Dios me colocó en una especie de liderazgo en la familia Hern{andez y yo eché mano de todos los dones que Él me daba para afrontar esas situaciones graves que, a decir verdad, trastocaban y hacían colapsar a la familia, pero que yo parecía tolerar con fe y optimismo.


Cuando mi madre murió, mi hermano Catarí fue al velorio, y estando allá se quedó mirándome y dijo:

- Amigo mío, es tu turno de vivir el proceso. Pero no será para muerte, sino para vida… Pues Dios va a hacer grandes cosas contigo.


Yo me asusté porque la verdad es que mi hermano lleva un 100% de aciertos en las profecías que ha hecho sobre mi vida, las cuales no compartimos con ningún otro ser hasta verlas cumplidas.


Y el hecho de que se refiriera a mí de esa forma, me hizo pensar.


Sin embargo no tuve tiempo de analizar demasiado, ya estaba en el proceso del cáncer de mi suegra y de alguna forma Dios me había vuelto a dar una especie de liderazgo, esta vez en la familia de mi esposa.


Llevando a mi suegra para su operación, año 2022

Yo hacía lo que tenía que hacer, veía con claridad, proponía y me escuchaban, muchas veces hasta me consultaban alguna decisión para conocer mi opinión. Yo podía entrever que no era yo el de las luces, sino Dios por medio de la misión que me había encomendado.


Y la prueba era que a medida que crecían los retos, me dotaba de todo lo que necesitaba para cumplirlos.


Desde mi madre, pasando por mi tía, luego ayudando a pacientes del hospital y terminando con mi suegra… El hacer todo esto se me hacía fácil y ligero. Aunque a veces sentía que el cansancio se iba apoderando de mi cuerpo, la voluntad y el gozo de llevarlo a cabo era como medicamentos que me fortalecían. Por eso, cuando todos ellos murieron, y Catarí me dijo que era mi turno de vivir el proceso, lo tomé como otra etapa del camino, en la cual aún estoy.


Volviendo al presente… También me llegó otra nota de voz, un día después del mensaje de Catarí, esta vez de un número desconocido. Yo había llorado mucho con la oración de mi hermano porque me devolvía a la pureza de la Fe ciega, del enternecimiento de espíritu, me hacía vulnerable a la presencia de Dios, lo cual se llama quebranto y es otra condición para tocar el corazón del Padre. La nota era de un Pastor, se identificaba como Ismael García, y cuando escuché su nombre y oí su voz supe que lo conocía de referencias, se trataba de un pastor y predicador internacional muy reconocido.


Me explicó que Catarí le había contado de mi proceso, prácticamente le había dado un resumen de mi vida, y que se había conmovido a tal punto que sintió la necesidad de contactarme y orar por mi.


En esa larga y hermosa oración me aseguraba que yo viviría, porque sentía de parte de Dios que en mí había un gran propósito, y que mi llamado era a atestiguar y ayudar a mucha gente…


Ese era el empujón que me faltaba. En la noche le dije a mi esposa que ya estaba bueno, que me quitaría la sonda nasogástrica. Que desde la mañana siguiente en adelante empezaría a tomarme la dieta que me pasaban por la sonda, pero lo haría por la boca, no importa lo doloroso y difícil que esto fuera, ya que la condición para que te la retiren es que tu puedas comer por ti mismo.


Yo iba a vivir, y el primer milagro sería salir de esa sonda, así que comí por la boca esa última semana, 4 veces al día tomaba la dieta líquida y 5 veces al día un vaso de agua o de jugo.


Era en extremo doloroso porque la garganta estaba muy herida e hinchada, y al tragar apretaba la sonda, causándome más dolor que si incluso nunca me la hubieran puesto.


Sin embargo seguí adelante, mientras comía sentía la presencia de Cristo sentado a mi lado en la mesa.


En cada engullida dolorosa yo alaba el nombre del Señor. Y esos días fueron para mi los más hermosos de mi vida, volví a mi primer amor, donde la certeza de que “Cristo Vive” no es una expresión sino una realidad tan fuerte como la que sintieron los apóstoles al verlo llegar por primera vez, después de su muerte y resurrección.


Después de unos días tuve cita con mi oncólogo del Fcecon. Le conté que ya había terminado las quimios, que quedaban solo tres sesiones de radio, que estaba comiendo por la boca, y empecé a comer algunos sólidos.


Le pedí que me diera la orden para quitarme la sonda. El accedió y firmó sin chistar.


El tratamiento acabó, me tomé una foto frente al edificio de radioterapias, junto a mis nenas, y testifiqué en las redes el acontecimiento, dando gracias a Dios con la alegría de lo que eso representaba.


Días después fui al Fcecón acompañado nuevamente de mi esposa e hija, y gracias al paso que di por medio de la fe que inyectaron mis hermanos… Vi el milagro cumplido:


Me retiraron la sonda.


Esa noche dormí sin dolor ni secreciones, descansé toda la noche. ¡Gloria al altísimo y misericordioso Dios!


En los días siguientes noté que la sonda fue la causante de muchos problemas respiratorios y el 80% del dolor que sentía la mayor parte del día y la noche. No es que ya estaba bien del todo; pues estaba débil, caminaba aún con ayuda… y tragar todavía dolía… Pero como mi umbral de dolor y sufrimiento habían alcanzado picos tan altos, gracias a la sonda y mis depresiones, sin ellas y con Cristo de mi lado, la vida era tan fácil de pelar como una mandarina…


Soportaba las molestias con una sonrisa y empecé a mejorar aceleradamente, aún estoy mejorando, pero la vegetación de este valle de sombra y de muerte ya dio paso a bellos jardines, y se ve que las tinieblas han quedado muchos pasos atrás.


Todo valle mortal tiene un descenso, y un ascenso también. Nunca lo olvides.



Mi estado actual es “en proceso de recuperación” por el agresivo tratamiento. Tiene que pasar un tiempo prudencial, quizás 6 meses para volver a hacer exámenes diagnósticos y ver si se eliminaron por completo los vestigios de las células malignas.


Pero puedo testificar hoy que, fuera del dolor del tratamiento, no se ve, ni se siente, nada en mi garganta parecido a aquel tumor de 8 centímetros, que me tapaba la orofaringe casi por completo.


Mi vida y mi propósito están puestos en las manos de Dios, es Él quien dice cuándo y cómo termina mi proceso, por eso no puedo determinar que ya concluyó. Pero si puedo hacer una cosa, usar el don de la escritura que Él me dió, para anunciar sus maravillas y testificar su poder y misericordia, al alcance de mi vida y de cualquiera que en Él crea.


Espero que este testimonio, el cual he redactado humildemente, en medio de mareos y con mis capacidades intelectuales reducidas, sea de alguna utilidad; ya sea para notar mis errores y ayudarte a no caer en ellos. O para resaltar aquellos pequeños milagros que ocurren en el corazón de un hombre, y lo ayudan a superar las adversidades más grandes… de la mano del único que todo lo puede, el que se tendió a sí mismo como una alfombra, para que tú y yo saliéramos limpios del lodo y abracemos a nuestro Creador… El máximo consumador de la Fe:


Mi amado Cristo Jesús.



Marco Gentile

Manaus, Brasil, año 2023.


Puedes ver la parte 1 y 2 de este testimonio en el muro de Facebook de Marco Gentile:


Primer testimonio:


Segundo testimonio:


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