Pasiones Juveniles
Capitulo 5: La Verdadera Pasión
-Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?
-Sí, Señor. Tú sabes que te quiero.
(Juan 21:15, TLA)
No hay nada más doloroso, que el que respondan a un “te amo” con un “te quiero”.
Si nos ponemos teólogos, los griegos también entendían esta dura diferencia, al primero le llamaban Ágape y al segundo Phileo.
También se establece una distinción, entre “amar”, palabra que utiliza el Señor con intención, y que correspondía a un amor de absoluta entrega, mientras que “querer”, la expresión que usa Pedro en su respuesta, y que hacía referencia a una admiración o afecto entrañable, pero no a una entrega total.
En pocas palabras, el dialogo entre Jesús y Pedro se resumiría:
-Simón, hijo de Juan ¿te entregarías por mí?
-Señor, te aprecio y admiro, pero aun no llego hasta allá.
Esta conversación estuvo marcada por el recuerdo reciente de un error en el que Pedro utilizó con ligereza la palabra “amar”, para acto seguido, buscar librarse de la muerte negando a Jesús antes del canto del gallo.
Ambos recordaban muy bien ese suceso, por lo que Jesús intenta de nuevo con Pedro, Pero este, después de la lección aprendida, responde ahora con humildad y recato.
Sin embargo, el Señor no estuvo satisfecho y le preguntó dos veces más, buscando verdadera pasión en la respuesta del discípulo. A la tercera vez, Pedro se sintió triste porque sabía que el deseo de Jesús era una entrega total por la causa de Él, y no una simple admiración.
Jesús, viendo la tristeza de Pedro ante su incapacidad de amarlo como Él deseaba, le animó diciendo: “Cuando eras joven, te vestías e ibas a donde querías. Pero te aseguro que, cuando seas viejo, extenderás los brazos y otra persona te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir. Jesús se refería a cómo iba a morir Pedro, y cómo de esa manera iba a honrar a Dios. Después le dijo a Pedro: —Sígueme.” (Juan 2:18-19, TLA)
El Señor Jesucristo le reveló lo que sabía que iba a suceder: Él sabía que a pesar de su error, Pedro tenía una pasión tan grande por Él, que un día a futuro iba a entregar su propio cuerpo por su causa para glorificarlo con su muerte.
A pesar de tus errores, no hay nadie que comprenda mejor la complejidad de tu corazón, como Jesús: Él conoce tus deseos más profundos, tus metas más preciadas, lo vibrante de tus emociones, los aguijones que laceran tu carne, tus más oscuras tentaciones, tu necesidad de realización personal.
Él sabe las actitudes tuyas que le glorifican y las que lo han deshonrado; conoce cuan pesadas son las cargas que sustituyen el disfrute de tu vida en Él, y los retos de la época en que te ha tocado vivir.
Él sabe cuándo le fallaremos, pero más importante, sabe qué hacer para levantarnos. En los cuatro años que tengo en el evangelio, he escuchado varias veces la interrogante con la que Jesús confrontó a Pedro, y me he sorprendido respondiendo con el mismo “te quiero” de Pedro.
Me hubiera gustado responder apasionadamente con un “te amo” sin reservas, pero me miro en el espejo espiritual de mi mente, y reconozco no estar a la altura de lo que Él merece.
Sin embargo, me he sincerado ante Él. Una vez le dije con profunda tristeza:
-Señor, reconozco no amarte en la forma grandiosa como me amaste a mí…
Hablaba desde el pesimismo de un bombardeo de problemas y debilidades con las que cargaba, y vi imposible amarlo como quisiera; me sentía inútil y sola, estaba por tirar la toalla.
Pero un día leí este texto:
¡CUAN HERMOSOS SON LOS PIES DE LOS QUE ANUNCIAN EL EVANGELIO DEL BIEN!” (Romanos 10:14-15, LBLA)
Inmediatamente me imaginé cuan maltratados estaban los pies del Señor Jesucristo por las caminatas que hacía por parajes sombríos buscándome a mí. Miré su pasión por cumplir la voluntad de Dios en todo ámbito y en todo momento; entendí que no podemos reducir la pasión a una emoción pasajera, egoísta, irreverente, llena de soberbia que sólo sirve para complacer un deseo pecaminoso.
La verdadera pasión, esa que proviene de Dios, alentada por su Espíritu y encaminada por Cristo, es eterna, activa en hacer el bien, no se envanece, no se goza de la injusticia sino de la verdad, aunque temerosa es audaz como la serpiente y mansa como la paloma. Es desbordante de fe, y abnegada.
Así percibí la Pasión de Cristo, un ardiente deseo de seguir la voluntad de Dios, digno de imitar. Y entonces recordé las palabras que al final le dijo a Pedro: Sígueme.
Y tal como lo hizo el fiel apóstol, empecé a seguirle, sabiendo que nunca me sentiré capaz de llenar sus pasos con mi amor, pero firme en la esperanza por la meta que me plantee de imitar esa gran pasión…
Y de ese modo entendí lo que expresó el profeta Jeremías, cuando como yo, estuvo a punto de tirar la toalla:
“Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.” (Jeremías 20:9, RV60)
Ese fuego… es la pasión ardiente de ir en pos de Él; Aunque le ame imperfectamente, le seguiré; aunque sienta que ese deseo ferviente me queme, no me apartaré de Él… Y quizá un día, como Pedro, termine mi vida con una sonrisa de satisfacción, por ser capaz de tomar mi cruz y seguirle, aún hasta la misma muerte, dando mi vida para glorificarlo a Él.
Serie: Pasiones Juveniles
Autor: Jennifer Pérez
Dpto. de Redacción NotiCristo
Dpto. de Diseño: @REDACTRONICA
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Excelente artículo y enfoque bíblico