“(Jesús) Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.”
(Juan 13:4-5 RVR1960)
Aquel día de la cena de pascua, nadie se percató de un detalle muy importante: ¿Quién lavaría los pies de los asistentes a la reunión? Lavar los pies, era una tarea de muy bajo nivel, desempeñada por un criado, un esclavo de la más baja categoría. Pero el asunto era que en aquella casa, en el aposento alto, no había criados.
A la hora correspondiente del lavamiento, mientras todos esperaban, Jesús, el anfitrión, colgó su manto, y tal como lo había dispuesto, silenciosamente tomó una toalla, y se la colocó en la cintura, cómo hacían los criados para ser identificados; y poniendo agua en un lebrillo, empezó a hacer la tarea nada agradable de lavar los pies a sus invitados.
Uno a uno fue pasando, y el maestro inclinado, con humildad mojaba los pies, lavándolos con sus propias manos, y enjugándolos con la toalla que llevaba en su cintura. Y aunque a todos les pareció extraño, que el maestro se rebajara a hacer ese trabajo, el único que reaccionó, fue Pedro, negándose, y diciéndole: “A mí no me lavarás los pies”.
En la mente de Pedro había una lucha entre títulos y toallas; estaba frente al Maestro, el Cristo, el hijo del Dios viviente, el Rey Todopoderoso y el Señor de todos; en su concepción mental, todos esos títulos de grandeza contrastaban enormemente con la posición de esclavo que había tomado, enjugando los pies de sus discípulo con una toalla colgada a su cintura.
Recordó que el mismo Jesús había dicho: “¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa?” Para él estaba claro que el mayor debía estar sentado a la mesa, recibiendo el servicio, y no había duda que el mayor en esa sala era el Maestro, por lo tanto, él no podía concebir que el Rey del universo, le sirviera de aquella forma, que consideraba tan vil.
Pero entonces recordó las palabras que terminaban la lección: “Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.” Y Jesús mirándole a los ojos, le dijo: “Si no te lavas los pies, no tendrás parte conmigo”. A lo que Pedro accedió, pidiéndole que entonces lo lavara de pie a cabeza.
Cuando terminó de lavarles los pies, Jesús colgó la toalla, se puso de nuevo su manto, y volvió a la mesa. Entonces les preguntó: “¿Entienden lo que les hice? Ustedes me llaman: “Maestro” y “Señor” y tienen razón, porque lo soy. Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies. Así que ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que traten a los demás como yo los he tratado a ustedes.” (Juan 13:12-15 PDT)
Jesús fue capaz de quitarse, junto con el manto, sus títulos, para ponerse la toalla del servicio. Nunca dejó de ser lo que era, pero aun así, decidió servir. Todo aquello tenía la intención de mostrarles su corazón y dejarles una lección práctica: En el Reino de Dios, el mayor es el que sirve. Lavar los pies no minimiza tus títulos, más bien te hace grande en el Reino de los cielos.
Imagino la expresión en los rostros de los discípulos, después de experimentar el servicio humilde y sincero de su maestro. Eso debió haberles impresionado. Fue una lección que nunca olvidarían.
¿Pero qué de nosotros? Necesitamos aprender a humillarnos para acercarnos más al modelo de nuestro Señor, Jesús.
A veces estamos tan posicionados en nuestros títulos, que nos cuesta tomar la toalla. Y aun cuando se presentan muchas oportunidades para colgar esos mantos, tomar el lebrillo y proceder a servir de una manera desinteresada; la condición de “superiores” nos gobierna, y se nos hace más fácil levantar el dedo para juzgar y señalar, que ponernos de rodillas, para tomar la toalla y lavar.
Pareciera que lo sucio de los pies de los demás, causara en nosotros la imperante necesidad de juzgarles y sermonearles, por dejarse ensuciar de tal manera, y nos olvidamos que un día llegamos a Jesús con los pies tan sucios como ellos, e inclusive peor, y que el maestro, aun así, no tuvo reparo de lavarnos y enjugarnos con su toalla.
Mi oración es que el padre abra portales de entendimiento y humildad para los que formamos parte de su iglesia, de manera que podamos seguir el ejemplo de nuestro Señor y Maestro, colgándonos la toalla del servicio desinteresado y humilde, dejando a un lado los títulos y los pensamientos de superioridad, para en vez de juzgar y condenar, proceder a lavar los pies de aquellos que caminando por la vida, se han ensuciado con el polvo del camino.
Seamos reflejo de nuestro Señor y Maestro, y sirvamos con humildad, para ser verdaderamente grandes en el reino de los cielos.
Pr. Juan Miguel Miguel
Dpto. Redacción NotiCristo
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