Los cristianos estamos más preocupados por el “qué dirán” que por lo que dirá Dios de nosotros. Y es comprensible esa inquietud si la estudiamos bajo la lupa de nuestro contexto social: Tratar de llevar una vida conforme a lo que dice la Biblia nos expone al escarnio público, porque la mayoría de las personas se sienten confrontadas al ver que, uno de sus iguales, ha elegido renunciar al convencionalismo social, para seguir el camino de Cristo; al que todos aplauden pero muy pocos se esfuerzan por imitar. Incluso, sospechan que detrás de un imitador de Cristo existe un gran charlatán; que se refugia en su disfraz de cristiano, para ocultar pecados mayores e inconfesables.
Visto de esa manera es natural que un cristiano se obsesione por su “testimonio”, porque diariamente lucha en contra de los señalamientos que se le hacen, directa o indirectamente, y trate de demostrar -a veces con demasiada vehemencia- lo inquebrantable y genuina que es su Fe. Y en el transcurso de esa dinámica demoledora, quita los ojos del Dueño de la alabanza y se concentra más en la Alabanza misma.
Allí está el problema de la RELIGIÓN; que convierte los actos de adoración, en rituales, y a la alabanza en una repetición mecánica de agradecimientos.
Cualquiera podía pensar que, después de haber leído, predicado, y servir como instrumento para que los pacientes de la Colmena hicieran la Oración de Fe, yo estaba lleno de la Unción de Dios. Pero la verdad distaba mucho de eso: Me sentía de todas las formas perseguido, acusado… acorralado por mis propios pensamientos…
Era medianoche y todos dormían plácidamente. De vez en cuando una tos desgarradora sacudía el cuerpo de alguno, pero eso no impedía que continuara durmiendo. Sin embargo, yo no podía dejar de pensar que si en verdad había llegado mi hora, yo no estaba debidamente perfeccionado, que no había desarrollado completamente el Carácter de Cristo, y que no tenía suficiente Santidad para encontrarme con mi Creador.
Recordaba a todas las personas con las cuales había tenido un impase o alguna discusión. Y me descubrí como un cristiano odiador. Y lo peor era que mi mente seguía justificando esos odios, y tuve que someterla, humillarla y batirla contra el piso. Arrastrarla a los pies de Cristo y mostrarle cómo debían ser las cosas: Jesús caminó hacia la cruz en silencio en medio de escupitajos, golpes y maldiciones, y aún así aceptó su destino. Y siendo Hijo del Altísimo, digno de toda adoración, se dejó humillar al extremo de padecer, públicamente desnudo, la muerte más ignominiosa de su época.
Ese era el ejemplo a seguir… Así que le escribí un mensaje, pidiendo perdón, a los “adversarios” que más me habían lastimado, les pedí perdón, y empecé de nuevo.
Recordaba las veces que miré el cuerpo de una mujer atractiva. Y me descubrí como un cristiano lujurioso, infiel en sus pensamientos y digno de sacarse los ojos si quería entrar al reino de los cielos. Y no estaba exagerando; vivimos en una sociedad “Hipersexuada” donde las mujeres trabajan y se esfuerzan por ser cada vez más deseables y convertirse en un “sex simbol”, y así es difícil que un hombre encuentre un lugar para posar su mirada en el que no haya una tentación.
Contra este problema se habla muy superficialmente en las iglesias, y resulta uno de los obstáculos más difícil que enfrenta un hombre de fe. Por eso terminamos llenos de remordimiento, enfrascados en una lucha contra los instintos sexuales. Y llegó a mi aquel verso de la Biblia donde Pablo dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”.
No me sentía capaz de vencer este problema, y lloré.
El llanto fue parte del Quebranto; ese complejo y sanador proceso que Dios usa para enseñarte que tu fuerza de voluntad no basta para conseguir lo que anhelas… Y que no cae una hoja de un árbol sin que Dios lo permita. Entonces puse mi debilidad a sus pies, y le pedí que todo mi deseo fuera para mi esposa, y sentí que escuchó mi clamor.
La madrugada había entrado por debajo de las puertas de doble ala, y el frío de los aires acondicionados calaba hasta los huesos. Pero yo seguía revisando, escudriñando mi espíritu y abriendo puertas por muchos años clausuradas. Revivía los momentos más vergonzantes y dolorosos de mi infancia y adolescencia, diseccionando lo que probablemente habían sido las raíces de amargura que me alejaban de Dios.
Ese proceso de filtración, pausado pero indetenible, se extendió hasta altas horas de la madrugada. Cada onza de mi espíritu pasó por el fuego de la prueba, y mucho de mí se quemó aquella noche.
Y mientras yo escuchaba a Dios hablándole a mi corazón, podía llorar en silencio viendo que mis compañeros estaban disfrutando de una noche de sueño, y hasta sentí un poco de satisfacción escuchando sus ronquidos… porque eran la prueba de que Dios les había concedido paz en medio de la adversidad.
E incluso los ronquidos se dejaban escuchar desde los cuartos contiguos que rodeaban la Colmena. Y no podría asegurarlo, pero quizás algunos de ellos -estimo que media docena- oyendo nuestro Servicio recibieron también la Salvación.
Y fue allí cuando Dios me permitió ver las dos caras de la moneda. Empecé a escuchar un ajetreo entre el personal médico (pues la oficina de guardia quedaba justo después de la entrada de la Colmena) y el devenir presuroso de las enfermeras que intercambiaban información, muy preocupante, de lo que estaban pasando los pacientes en otras Colmenas y habitaciones.
Oí gritos, lamentaciones, y estruendosas palmadas que resonaban como un Bombo en las espaldas de pacientes asfixiados. Las puertas de mi Colmena daban hacia el pasillo que comunicaba a todos los espacios del primer piso, y como la nave del edificio tenía un agujero central, llegaban hasta arriba los llamados quejumbrosos de los pacientes que estaban en la planta baja, y el movimiento de los equipos e instrumentos necesarios para mantenerlos vivos.
Mi corazón estaba a punto de estallar. Ni en los tiempos que trotaba lo había sentido latir con tanta fuerza en el pecho. Pero mi curiosidad -siempre metiéndome en problemas- venció mi estado de salud y me levanté de la cama, descubriendo otro efecto del Covid: Ya no caminaba como un hombre fuerte, sino como un anciano de 90 años que lucha por seguir valiéndose de sí mismo.
Abrí con ambas manos las puertas de la Colmena, y al salir al pasillo, que no tenía aire acondicionado, un viento helado escaló por mis piernas hasta apretarme del cuello. Tenía fiebre y no lo sabía. Pero lo más sorprendente fue que al cerrarse las puertas, me descubrí en un hospital totalmente diferente. Fuera de los muros de la colmena no se la estaban pasando “chévere” como en la mía. Había una espesura terrible en el aire del ambiente, y como no había perdido el olfato pude percibir un olor a cajón de madera por mucho tiempo encerrado. Las luces mortecinas y lacónicas alumbraban negligentemente los espacios por donde pasaban las enfermeras. Y los quejidos… ¡Ay! Los quejidos… eran tan desgarradores como miserables…
Entonces cerré los ojos, y Dios me permitió Discernir lo que estaba pasando. Mi cuerpo se erizó con la presencia de los espíritus de muerte que volaban de un lado a otro entre los enfermos, atacándolos, atravesándolos, abrazándose como parásitos en sus pechos.
Y yo había abandonado la burbuja de seguridad que nuestra adoración a Dios había provisto a la Colmena, adentrándome en la boca del lobo como un muchacho que no intuye el peligro. Avancé a la velocidad que pude, simulando que iba al baño colectivo, el cual se encontraba justo en medio del hospital.
Vi a los Héroes de la Salud, menesterosos, atendiendo a los pacientes, y empecé a temblar de frío por causa de la fiebre. Cuando entré al baño descubrí a varios varones en distintas situaciones, muy lamentables: Unos con imparable diarrea, otros con asfixia, y otros, víctimas del dolor que produce la condensación en los pulmones.
- “¡Cristo vive! -les dije-. Al final todos saldremos de esto”.
Y al escuchar ese “Amen” generalizado, supe que debía llamar a mi mujer para que me enviase la caja de Biblias que aún me quedaba en casa.
(¿Quieres saber cómo se Glorificó Dios en “La Colmena”?... Sigue esta serie que se publicará los días martes, jueves y sábados, a las 10 am, durante las próximas dos semanas en NotiCristo).
Departamento de Redacción y Diseño:
Marco Gentile
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