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No le di a mis hijos lo mejor


lo mejor para tus hijos

Artículo de opinión


Miro hacia atrás, desde que nacieron, y pienso: No le di a mis hijos lo mejor. Quizás el dedo acusador del Enemigo me persiga, o tal vez lo deje susurrarme al oído… “Ellos están rotos por tu culpa”.


Seas hombre o mujer, es común albergar el sentimiento de que pudiste haberles dado a tus hijos una vida más plena, más hermosa y tranquila. Tal vez pudiste ahorrarles ciertas experiencias, o debiste evitarles ese momento que sin saber marcaría para siempre sus vidas.


Con este artículo pretendo, o creo pretender, liberarme y liberarte, de ese dolor ancestral que te acompaña pegado como una membrana en tus ojos, y que se levanta como una sombra que ancla sus pies en el pasado e impide que el sol te dé en el rostro, tapando tu felicidad con su oscuro sombrero.


Digamos la verdad; también fuimos hijos y de la misma manera que nuestros padres lo fueron, también estamos rotos.


Se trata de una interminable cadena de errores y malas interpretaciones que definen nuestra identidad y moldearon nuestra manera de entender y ser partícipes del mundo. A los hombres, por ejemplo, nos persigue la culpa por aquellas cosas que no tuvieron nuestros primeros hijos, cuando éramos jóvenes y estábamos empezando a vivir.


Algunos tuvimos problemas para encontrar una estabilidad económica; nuestros hijos crecieron viendo cosas que no podíamos darles, o soñando que algún día tendrían esas cosas que veían pero no podían tener. Y cuando empiezan a rozar la vida adulta, ensimismados y obsesionados con el éxito material; entonces sabes en tu fuero interno que aquellas cosas que no compraste, o estilo de vida que no les diste; se convirtió en un complejo, un grillete, una discapacidad.


En otros casos sientes que fuiste demasiado débil, que no luchaste lo suficiente, que debiste acompañarlos y no dejarlos solos con sus problemas. Para algunas madres la persecución es distinta: “Les pegué, los maltraté, descargué en ellos mi frustración…”



Otros simplemente se rindieron, escaparon de la responsabilidad parcial o totalmente… La paternidad o la maternidad la asumió otra persona, pero el inmenso agujero que dejaste nunca llegó a cerrarse, y puede verse en el carácter y la personalidad que lograron forjar para defenderse de sus propias tristezas.


La culpa, es el denominador común de todos los padres cuando ven sufrir a sus hijos. No creo en la paternidad perfecta, tampoco en el odio de un hijo; en ambos se esconde una necesidad, algo de hambre, un poco frío.

Un día me puse a pensar en la amarga receta que le di en sus primeros años a mis dos hijos varones: Dificultades económicas, vicios, inmadurez, infidelidad, ausencia…


Su madre y yo éramos unos niños cuando nos unimos; 16 y 18 años, así que en lugar de darles a nuestros hijos nuestro apoyo como padres, más bien fuimos para ellos como dos hermanos mayores. Aun así, permanecimos juntos 15 años, viviendo entre la experimentación, la frustración, separaciones y reconciliaciones… El caldo de cultivo que usamos para abonar sus raíces no fue el más idóneo, ni siquiera estuvo cerca de ser saludable.


Cuando escuchas un testimonio como este piensas que fue una vida gris y llena de calamidades, como en las películas; pero la realidad fue que buenos momentos se alternaban con los malos; nos esforzábamos por darles algunas cosas de las que deseaban, no pasaron hambre, y siempre tuvieron un techo propio. Los educamos y llevamos a la escuela, celebramos su cumpleaños y apoyamos sus pasiones y pasatiempos. De modo que la vida fue para ellos como las ondas del mar, unas veces en la cresta de la ola, y otras veces atrapados en lo profundo del rompeolas…


De alguna manera creo que este drama lo viven todas las familias en mayor o menor medida, la mayoría de los primeros matrimonios terminan en divorcios y las cicatrices imborrables se notan más en los hijos que en los padres.


Luego vienen otras parejas, y si el divorciado o la divorciada aprendieron algo, hacen las cosas con más madurez y entendimiento, y a veces otros hijos nacen de unas personas más curtidas y experimentadas, porque el fracaso también es una escuela.


Entonces se sopesa mejor cada paso, se acompaña más a los hijos, te interesas más por la salud de su corazón. Tu mente ya no está concentrada en si le diste el PlayStation más caro para que juegue con sus amigos, o si le compraste el teléfono con la cámara que desenfoca a los amigos mientras la enfoca a ella…

Tu verdadera preocupación es que llegue a ser una persona feliz, libre, capaz de autoanalizarse y conocerse; para no ser víctima de sus propios traumas. Te gustaría que llegue a respetarse a sí mism@, que descubra su identidad con Dios y alcance la salvación…


Este punto de inflexión pasa en todos los padres, sobre todo cuando tienen más de un hijo. Dicen por allí que con cada hijo se mejora la crianza –será por aquello del ensayo y el error- pero la única fórmula que puedo aconsejar para que tus hijos crezcan sanos (mental y espiritualmente) es el acompañamiento en su proceso de aprendizaje…


Puedes dejar que ellos descubran el mundo, tal como el mundo quiere mostrarse, o andar el camino con tu hij@ e instruirle en las verdades eternas, aquellas que no pasan de moda, las realmente importantes:


“Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. Proverbios 22:6


¿Sabes de qué me arrepiento más? …De no haber creído en Cristo cuando mis hijos varones eran niños; pude haberles mostrado un paisaje distinto.


Sin embargo, entiendo que Dios tiene un plan con ellos y conmigo, y la segunda mitad de sus vidas han visto en mí a un padre diferente. Esa semilla, aunque tardía, también germina.


Nunca es tarde para empezar la paternidad o la maternidad que deseas darle a tus hijos. El amor no puede fingirse ni ocultarse, así que si tú te mantienes firme, presente, y le das la mejor versión de ti, tarde o temprano ellos sentirán y verán la gloria de Dios por medio de tu actitud.

La culpa siempre intentará socavar las cosas buenas que haces por ellos, e incluso ellos mismos llegarán a reprochar tus errores de vez en cuando…


Cuando esas dos cosas sucedan, recuerda que los amas, que darías tu vida por ellos, y ten la paciencia para entender que todo proceso tiene un tiempo y una germinación; la vida no ha terminado, y hasta el último aliento puedes seguir sembrando amor en ellos, bendecir su vida en todos los niveles y experimentar el gozo de hacer lo correcto.


Una nueva criatura nació en ti hace mucho tiempo, y aún sigue creciendo en tu pecho. No permitas que las voces del mal te roben la felicidad y la esperanza de ver a tus hijos. No hay lenguaje que pueda explicar el proceso que están viviendo, a su debido tiempo ellos se darán cuenta de lo mucho que los amas…


Eso, simplemente, sucederá.


Confía en Dios y pasa por el tamiz de su Palabra cada decisión.


El resto lo hace el amor.


Marco Gentile

San Felipe, Venezuela

Diseño: REDACTRÓNICA



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