"Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.”
Hebreos 2:14-15.
Todas las personas le temen a algo, bien puede ser a la soledad, al rechazo, al fracaso, al compromiso, o a las nuevas experiencias (neofobia). Pero el mayor temor es el de morir y así lo describe el autor de Hebreos como una especie de esclavitud de la cual ni los más poderosos están libres.
¿Temería Jesús alguna vez, como lo hacemos nosotros?
En la Biblia, hay dos vocablos griegos que se traducen con el término: temor. Uno de ellos es 'phobos', al que reconocemos inmediatamente por nuestra palabra relacionada: "fobia". El miedo causado por la fobia, es definido por la RAE, como una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. El otro término que define al temor, es 'eulabeia', que significa precaución, cuidado o reverencia.
La Biblia afirma que Jesús tuvo temor. Hebreos 5:7, en la versión textual dice que Él "fue oído por su reverencial miedo". Una lectura casual puede darnos la impresión de un Jesús aterrorizado, clamando, presa del pánico. Pero no hay tal cosa. El término que usa el escritor allí, es 'eulabeia', no 'fobos'.
La noche en que los discípulos estaban atemorizados hasta la muerte, durante la gran tormenta en el lago de Galilea (Lucas 8:22-25), Él permanecía perfectamente sereno y en calma. Sabía que ningún bote podría conducirlo a la muerte antes de que se cumpliese la voluntad de su Padre, en cuyas manos había puesto su vida.
Su deseo es que aprendamos a no ceder a la fobia, por más que arrecie la tormenta y se agiten los vientos a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, nos instruye a temer con 'eulabeia', que implica precaución y sentido común, con reverencia. Jesús no se arrojó de las almenas del templo, aceptando el desafío de Satanás, porque su intrepidez no consistía en temeridad ni en arrogancia inconsecuente.
Antes de cruzar una de nuestras calles transitadas, Jesús se habría asegurado de mirar a ambos lados, por precaución. Y así espera que hagamos nosotros. Y también hemos de considerar el peligro de resultar eternamente perdidos y aplicar el sentido común a prepararnos para el juicio final. Pero con toda seguridad Jesús vino para "librar a los que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre".
¿De dónde obtuvo Jesús la firmeza para que su humanidad no se quebrara ante el peligro real?
Sin lugar a dudas, de la confianza en su Padre. Él obtenía fuerza de carácter de su profunda e íntima comunión con el Padre que le revestía con su Santo Espíritu. Él se afirmaba en saber que el Padre eterno cumple sus promesas. En fin, Jesús recibía firmeza de su fe en Dios. Él sabía que tendría que enfrentarse a la muerte, la fuerza que devora la vida del hombre. Y aunque sabía que ella nunca había perdido en casi 4000 años de historia, Él también conocía la promesa del Padre: “No dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción” Salmo 16:10.
Cuando los discípulos corrieron a despertar a Jesús: “¡Maestro, Maestro que perecemos!” Jesús “despertando reprendió al viento y a las olas; y cesaron”. El ataque demoníaco que se había levantado en temor para subyugar a los discípulos, fue reprendido por Jesús, “Y se hizo bonanza”.
¿Cómo encarar nuestro temor a la tormenta producida por el Covid-19?
Actualmente existe una atmósfera de pánico en las naciones, causada por el Covid-19 y sus nuevas variantes. Muchas personas están siendo oprimidas y cautivadas en cárceles espirituales por el miedo a la muerte. Los mismos cristianos están cediendo al miedo, presos de esta realidad que azota al mundo entero. Y el Señor observa y nos pregunta ¿Dónde está tu confianza en mí? ¿Por qué temes a este enemigo que yo ya he vencido y del cual quité su yugo sobre ti?
Hay mucha gente que tiene miedo porque han abandonado su confianza en Dios. El salmista escribió en el Salmo 56:3 “El día que temo, yo en ti confío”; Y en el Salmo 23:4: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”
Debemos reprender los miedos sean cuales sean, y descansar en las eternas promesas de nuestro Dios, que pueden traer paz a nuestras almas. (Sal 62:1).
No puedes evitar ser tentado a temer. Pero ser tentado no equivale a pecar. Puedes ejercer tu capacidad de decisión, puedes elegir no temer, porque confías en el Señor que te amó con un amor más fuerte que la muerte. Tomar esa decisión requiere una cierta dosis de valor, pero está a tu alcance, y de ella depende tu felicidad ahora y por la eternidad, así como la de muchos que te rodean.
“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.” 1 Juan 4:18.
Pr. Elías Hurtado
Departamento de Redacción NotiCristo
Diseño: @desi_tarrio
Comparte este contenido y déjanos un comentario, valoramos tu opinión...
Comments