
Al finalizar la segunda guerra mundial se crearon organismos como la ONU, entre otras cosas, para fungir como árbitros en los conflictos internacionales. Hoy día, su acción es casi invisible en la denominada guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Desde el inicio de la postguerra los Americanos se adjudicaron el puesto de ser la primera potencia mundial, a partir de allí su desarrollo ha ido en constante crecimiento. Así mismo la nueva y mejorada China, sin prisa pero sin pausa, ha hecho lo propio… Y setenta y cinco años más tarde, ambas naciones han articulado un robusto sistema económico interconectado y exitoso, que no ha dejado de rendir sus frutos; EEUU permanece en supremacía, pero el Gigante Rojo se asoma en un horizonte desafiante.
Si la crisis por el COVID-19 no existiera, este sería el mayor problema a nivel mundial. Para entenderlo, es necesario comprender algunos vectores negativos que operan activamente en la base de la confrontación.
El crecimiento científico, tecnológico, humanístico, creativo, y el índice de prosperidad de los pueblos e impacto ecológicos están en niveles alarmantes. EEUU registraba para 2019 el menor porcentaje de desempleo en 50 años, y China se consolidaba como potencia tecnológica emergente. Pero datos pasmantes indicaban que la economía global está en decadencia: Más hambre y pobreza son el producto de la poca inversión en los países en vías de desarrollo.
El estancamiento en el crecimiento del PIB mundial, dibuja un panorama de recesión a la vuelta de la esquina...
Considerando que cerca del 40% de la economía global está en manos de chinos y norteamericanos, y que hasta el año 2018 habían demostrado algo de “moderación” en el tratamiento de estas problemáticas, posteriormente, las mentes de los presidentes Donal Trump y Xi Jinping, en una espiral de histerias y guerra verbal, hicieron tensionar a toda la comunidad internacional.
EEUU venía desarrollando una sana política económica que fomentaba el consumo interno de su producción e inversión en las empresas locales. Promoviendo medidas como la reducción de tasas de interés en préstamos para fortalecer financieramente a fábricas y familias; China por su parte continuaba su plan de expansión abrasiva en el comercio exterior, inundando mercados con sus exportaciones, especialmente en Europa y Estados Unidos. Fortaleciendo, además, su aparato tecnológico.
Sin embargo, esta dinámica aparentemente inofensiva, generó recelos en ambos polos cuando empezaron a chocar y entrelazarse las raíces de sus intereses comerciales; han invertido mucho el uno en el otro, y por ello cada acción particular repercutía drásticamente en la otra vereda. Es como vivir en un apartamento, EEUU arriba y China abajo. Ante la duda, de si los golpes eran intencionales o no, estos fueron cada vez más potentes, así pronto se hallaron inmersos en una “contraofensiva arancelaria” y algunas acusaciones rozaron en lo vergonzoso; como el caso de Google-Huawei, que ha servido para un tejemaneje sin precedentes.
Algunos analistas sospechan que las constantes acusaciones entre ambos países son también una técnica propagandística para desviar la atención de las fallas de cada gestión, respectivamente. Buscando crear un “fervor nacionalista” ante el reconocimiento de un enemigo común fuera de las fronteras, que favorecerá el nivel de aceptación de Trump para las elecciones a final de año, y que por su parte, reivindicará la imagen de Jinping en China luego de que su popularidad disminuyera al proclamarse “el líder de todo”.
Pero es la estrategia de asfixia arancelaria la más perjudicial, porque supone un aumento exacerbado en los impuestos aduaneros que las empresas nacionales deben pagar para importar productos desde el otro lado del Atlántico. Ejemplo: si una empresa China quiere importar soya desde EEUU, ésta debe pagar un porcentaje al gobierno de su propio país, llamado arancel. El pensamiento de la administración estatal es que si es muy alto, la empresa será afectada en el corto plazo, pero el país beneficiado a largo plazo por el desarrollo autóctono y mayor grado de independencia en cuanto a las importaciones… Y la baja inversión en el mercado de la competencia dañaría mucho más al rival comercial… Pero esto es posible porque se trata de potencias que pueden aguantar esos golpes.
Ahora bien, en un escenario de Cuarentena Global no es posible sostener una avanzada tan agresiva. Hasta los momentos prevalece la firma de un acuerdo económico, del 15 de enero del presente año, que compromete a esos países a cooperar con unas incómodas tareas: “Comprar más de USD 200.000 millones en bienes estadounidenses al cabo de dos años” para China y “reducir aranceles a la mitad sobre USD 120.000 millones en productos chinos para EEUU”, entre algunas de ellas.
Tales medidas prometían relajar las tensiones, pero la mala gestión del país asiático o el “encubrimiento del virus”, y la actitud despreocupada del presidente Trump en los inicios de la pandemia, cuajaron el caldo de cultivo para que el pacto sea triturado por la abundante desconfianza entre los firmantes y las teorías conspirativas que los señalan mutuamente. Aunado a ello, la perspectiva de contracción económica para USA es del 35% al tiempo que China tiene problemas para cumplir el acuerdo: Entre enero y abril ha comprado 5,9% menos que el año pasado. El panorama no es alentador.
Ante la incertidumbre de este volátil conflicto, el dragón de Beijing continúa aumentando su arsenal bélico; y el Águila dijo el 27 de Abril que “tiene muchas formas de hacer que China rinda cuentas”, lo que añade un factor telúrico que las columnas del mundo apenas pueden soportar.
Cada país busca el mejor pedazo de pastel para su propia economía, pero en esta carrera están atropellando a todo el que se atraviesa, profundizando la batalla financiera y tecnológica; mientras intentan sortear la crisis de salud y acelerar el desacoplamiento empresarial binacional, para fortalecer y expandir las del territorio propio.
La Biblia asegura que se acerca el Día en que se levantará el Rector de las naciones, y las disciplinará con vara de hierro. En aquel tiempo, habrá sangre, fuego, y vapor de humo; y el Señor dará señales arriba en el cielo y prodigios abajo en la tierra. Por eso, cuando los poderosos alcancen el pago y retribución según la medida de su Justicia… “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo” y vivirá en la paz de Jesucristo.
Que Dios nos ayude y nos bendiga.
Elvis Russo
Departamento de Redacción NotiCristo