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VASIJAS DEFORMES


Un día Dios le dijo a Jeremías que fuera a la casa del alfarero, y al estar allí pudo ver como este ponía su mano en el barro para formar una vasija en el torno. Vuelta a vuelta el torno giraba, y el artesano, hábilmente, moldeaba la masa de barro.

Pero algo sucedió: A causa de una pequeña raíz, una impureza en la masa, el barro se empezó a deslizar hacia un lado, y empezó a deformarse la vasija, por lo cual el alfarero la deshizo y volvió a apelmazar la porción de barro para empezar a hacer una vasija nueva.

«Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla.» Jeremías 18:3

Este pasaje nos muestra lo que somos: Barro en las Manos de Dios. De alguna manera, mientras el Alfarero Divino nos moldeaba en su mano, una impureza en nuestra masa de barro hizo que empezáramos a deformarnos.

Esa impureza pudo surgir a causa de pequeñas raíces de amargura, derivada de abusos que sufrimos en el pasado a través de personas que se aprovecharon de nuestra inocencia para herirnos, o mediante personas que nos traicionaron o simplemente que nos dejaron.

El asunto es que como vasijas no aceptamos que nos desviamos del diseño original del artesano divino, y luchamos en sus manos, tratando de ocultar nuestras deformidades, y vamos por la vida con heridas que se cerraron sin cicatrizar interiormente, caminando con el alma deformada y con laceraciones supurantes bajo la piel, que tratamos infructuosamente de negar, pensando erróneamente que así dejarán de hacernos daño. 

Esa deformidad en nuestra alma herida nos marca; imprime en nosotros un deseo y una necesidad de ser amados y valorados, pero al mismo tiempo, nos hace rechazar el amor de los que se nos acercan, por sentirnos deformes en nuestras emociones, incapacitados para dar y recibir amor.

Por eso es necesario que nos examinemos; que reconozcamos que tenemos esa deformidad en el alma y nos abandonemos en las manos del Alfarero, Él es el único que puede hacernos de nuevo, y convertirnos en vasijas de honra, según es su propósito hacerlo.

Pregúntate: ¿Tus conversaciones, decisiones, actitudes y trato hacia las personas que se te acercan, y especialmente a aquellas que amas, las estás filtrando a través del dolor que produce esa pequeña raíz de impureza, que inutiliza tu alma sin restaurar?

¿Hieres? ¿Juzgas? ¿Rechazas? ¿Alejas a la gente? ¿Te aíslas?

Hacer estas cosas, sin justificación alguna, denota los síntomas de un alma lesionada.


Si descubres que tu alma rota es la que tiene el control de tus relaciones, necesitas venir a la casa del Alfarero, pidiéndole que acabe con el dolor de tu alma, y que te haga de nuevo.

Él puede convertirte en una nueva y mejorada vasija. Pero eso amerita que deshaga totalmente la anterior… para que ese nuevo recipiente pueda contener la honra de un alma restaurada.

Pra. Libna Villegas de Parra

Dpto. de Redacción NotiCristo


Dpto. de Diseño: Marco Gentile

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